Apenas un día después de su angustiosa huida de un avión de Aeroméxico que se estrelló e incendió, muchos de sus 103 pasajeros y tripulantes se pusieron en marcha para reanudar su viaje, y algunos incluso tomaron nuevos vuelos desde el mismo aeropuerto en el oeste de México.
Quienes no sufrieron lesiones graves intentaban encontrar ropa el miércoles luego de perder las maletas la tarde anterior, cuando la aeronave se estrelló en un campo poco después de despegar durante una violenta tormenta. Los ciudadanos estadounidenses que se quedaron sin pasaporte se reunieron con funcionarios consulares que viajaron hasta Durango para ayudarles.
Algunos de los pasajeros contaron que uno de los sobrevivientes había jurado que nunca más subiría a un avión y tenía previsto comparar un auto y regresar a Estados Unidos por carretera.
José Luis Corral, un empresario de 52 años de Portland, Oregon, seguía llevando un collarín ortopédico por las lesiones que sufrió en el siniestro.
Corral, que fue una de las cuatro personas que ayudaron al piloto, el herido más grave, a escapar del incendio, recordó que todo sucedió «muy rápido» y que fue «aterrador ver a toda la gente gritando».
El piloto sufrió una grave lesión en el cuello y estaba hospitalizado. Otras 48 personas resultaron heridas y 22 seguían internadas el miércoles. Milagrosamente, nadie murió en el siniestro.
Cuando fue sacado del avión por una de las ventanillas de la cabina, el piloto no podía sentir los pies, pero tras someterse a una operación había recuperado la sensibilidad en sus piernas, explicó el director ejecutivo de Aeroméxico, Andrés Conesa, el miércoles en la noche.
Alberto Herrera, un ingeniero de páginas web de 35 años de Chicago, dijo que una violenta tormenta que parecía venir de la nada sacudió el avión durante el despegue.
«Cuando estábamos sentados en el avión había una pequeña llovizna, pero nada preocupante. Era solo una lluvia ligera, súper ligera, que apenas golpeaba las ventanas», señaló Herrera.
Pero otro pasajero, Ramin Parsa, señaló que el tiempo era amenazante antes incluso del despegue.
«El avión estaba temblaba antes incluso de despegar así que supe que el clima era peligroso», dijo Parsa, de 32 años y procedente de Los Ángeles. «Pensé que íbamos a tener una demora hasta que el tiempo se aclarase, pero el piloto empezó a moverse así que pensé que sabía lo que estaba haciendo».
«Creo que fue un error del piloto. No debió haber despegado», añadió Parsa.
El gobernador del estado de Durango, José Aispuro, dijo que era demasiado pronto para especular con la causa del accidente. Un fallo mecánico o un error humano pudieron ser factores, pero el clima tampoco era favorable.
«Empezábamos a ganar velocidad y tan pronto como comenzábamos a despegar, de repente el avión tiene problemas y es golpeado por el granizo. Cuanto más entrábamos en la tormenta, más pesado se hacía el granizo y nos llegaba más viento», relató Herrera.
«Entonces, de repente, el avión empieza a balancearse y a moverse gravemente, a moverse gravemente y luego golpea contra el suelo», añadió. «Patinamos y hubo un segundo golpe y vimos las llamas… piensas ‘Esto debe ser malo'».
Herrera se había preparado para el impacto y gritó a los demás para que hiciesen lo mismo. La mujer que iba sentada a su lado pudo agarrar a su hija, que sufrió algunos rasguños y podía haberse golpeado con la cabeza en el asiento.
Según las autoridades, el choque hizo que las dos turbinas del avión Embraer 190 se desprendiesen, provocando un incendio de inmediato en las alas.
«Mi ventana se puso roja por las llamas», apuntó Parsa.
Según su relato, intentó patear la ventanilla pero no pudo. Buscó una salida y al principio no la encontró por el humo. Pero de pronto sintió el aire fresco en su cara. Estaba frente a ella.
«Imagine que pone a 100 personas en una sala, en una sala oscura, totalmente oscura, llena de humo y hay una pequeña puerta que todo el mundo está intentando encontrar. Esa era la situación», relató Parsa.
En la salida trasera se desplegó el tobogán de emergencia, pero el fuselaje estaba en un ángulo extraño que lo hacía inservible, por lo que la gente tuvo que saltar al piso, apuntó Herrera.
Los pasajeros caminaron a través en embarrado campo hasta el final de la pista, donde esperaron a los vehículos de emergencias.
Herrera atribuyó la ausencia de víctimas tanto al piloto como al hecho de que la aeronave no había ganado mucha altitud cuando estalló la tormenta.
«El piloto tuvo que ejecutar una maniobra correctamente y luego golpeamos la tormenta mientras subíamos, no cuando ya estábamos en el aire», dijo.
La secretaría de Transporte de México dijo que la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte de Estados Unidos envió a dos investigadores para ayudar en una pesquisa en la que también colaborará el fabricante del aparato.
El departamento no respondió de inmediato a la pregunta de si el aeropuerto contaba con LLWAS, un sistema que mide la velocidad y dirección del viento y que puede identificar fenómenos como corrientes descendentes graves o microrráfagas.
Herrera llegó a su puerta de embarque de nuevo el miércoles justo cuando se anunciaba una demora en su nuevo vuelo. Preguntado por cómo se sentía, dijo: «Pura ansiedad».
Quería limitar el tiempo de espera en el aeropuerto llegando casi sobre la hora del despegue. Iba a volar a la Ciudad de México en un avión en el que también iban otros siete sobrevivientes, antes de tomar un vuelo nocturno a Chicago.
«Solo quiero sacármelo de encima», dijo.
Sin embargo, el normalmente jovial Herrera también bromeó sobre la situación. Vio que una televisora mexicana llamaba al accidente «El Milagro de Durango».
«Esa va a ser la etiqueta para el resto de mi vida», dijo.