Mientras la catástrofe venezolana avanza hacia la desintegración total algunos piensan que no hay futuro para un país donde tantos han decidido huir, difícil es brindar perspectiva histórica a quien lucha por enfrentar el reto de una precaria supervivencia, pero las naciones sobreviven aún las peores devastaciones y los procesos más desesperanzadores de la historia suelen desembocar en profundos aprendizajes que llevan a una sociedad a superiores etapas de su evolución.
La actual degradación de todas las facetas de la vida nacional a la larga puede resultar una especie de purgatorio donde hacen crisis todos los demonios acumulados de la historia patria para convertirse en una suerte de exorcismo político, económico, cultural y social, que conduzca a una ciudadanía más responsable y realista.
La colectividad venezolana hoy sufre una profunda amargura y desilusión ante un país que abruptamente debe reconocerse como altamente improductivo, acomodaticio, iluso y facilista; con un importante segmento de población irresponsable, subsidiada y parasitaria.
Pero la súbita inmersión de millones de jóvenes venezolanos en la cotidianidad de otras latitudes les está exponiendo a una rápida curva de aprendizaje sobre la realidad de lo que algunos llaman en “mundo verdadero”, muy lejos de la irreal y fantasiosa burbuja petrolera en la que tantos se acostumbraron a vivir.
No habrá salida fácil a la actual coyuntura. Pero las etapas dolorosas y traumáticas que vienen pueden ser el precio que todos paguemos por superar toda una tradición populista, caciquesca, clientelar y militarista; y una historia plagada de mitos, consejas de rústico botiquín y palurdas leyendas, casi todas destinadas a señalar culpables ajenos por carencias propias.
Más temprano que tarde se extinguirá el vandálico y depredador proceso en medio de una total ingobernabilidad, y de sus cenizas surgirá una Venezuela más sólida y realista.
La posteridad verá el estrepitoso fracaso de la malsana alianza entre gorilas y trasnochados náufragos del socialismo como catalítico depurador, una especie de compendio agigantado de todas las peores experiencias y carencias nacionales, que las señala con meridiana claridad para luego encararlas en un redescubrimiento colectivo.
Para entonces, el único rastro de la despreciable e intrascendente cuadrilla que muchos fatalistas hoy pintan como eterna o invencible será el desprecio colectivo al mero concepto de “revolución” como epopeya gloriosa y toda la pesadilla quedará en la historia como aquello que en todo momento fue: Una gran lavativa.