Hará ya algún tiempo, desde el instante en que reparé en la textura del término «invisibilizado» y pensé que se trataba de un error de imprenta o una trastada de los duendes del taller. El Manual de Español Urgente no lo registra. Menos el DRAE, pero otros recursos similares y un diccionario en Portugués te advierten la coherencia del mismo. Imaginé también que se trataba de un concepto proveniente de ese lunfardo de la izquierda carnívora, mal hablado y peor escrito, con el cual los intelectuales «del proceso»* designan como si fueran nuevas, las mismas cosas de siempre.
Luego, al releerlo con más cuidado y valorar el contexto en que se enunciaba descubrí que la palabra existe y pertenece al lenguaje de las ciencias sociales. Consulté e indagué, para abundar sobre la materia y me percaté que se refiere a un cruel e inhumano acto, traducido en la más abyecta exclusión de los ciudadanos de la vida civil, mediante procedimientos muy propios del fascismo totalitario. Por lo general, es perpetrado contra grupos sociales muy vulnerables atendiendo razones muy diversas. Bien sean estas causas, de género, raza, color de la piel, ideología, creencias o por alguna incapacidad física. En una palabra, un acto muy similar a lo que acontece con muchos de nosotros en el país. El régimen invisibiliza al ciudadano que no lo sigue en forma sumisa y complaciente, y tras ello, se apunta la tarea de reducir el elemento más conveniente para la soportar la vida plural y diversa en una sociedad: Los medios de comunicación.
La invisibilización tiene mucho que ver con la tarea de imponer la superioridad de un grupo sobre otro, con particular énfasis en actuaciones contra la mujer y los niños, “los otros y los extranjeros”. Es alimentada por motivaciones homofóbicas, racistas o por un eurocentrismo mal digerido. Voceros oficiales advierten que los medios privados pretenden invisibilizar las actuaciones del gobierno y su revolución, cada vez que le son negadas las bondades que los primeros se atribuyen como transformadores del mundo.
Andrés Izarra, ahora devenido en Ministro de Turismo, declaró en Alemania, que los índices inseguridad personal que padece el país, no eran tales, y que básicamente ese ingente número de compatriotas muertos cada fin de semana, constituían una invención de los medios privados enemigos declarados del mentado proceso. El 70% de las cadenas del designado Maduro, fueron utilizadas para hacer su campaña electoral, mientras el resto de medios televisivos privados se inhibieron de trasmitir algo relacionado con el también candidato opositor Henrique Capriles. Una enfermera se encadenó a las puertas del hospital Pastor Oropeza del IVSS en Barquisimeto, denunciando su ilegal despido, y fue detenida, y su causa desparecida de los medios locales. Los espacios de opinión en TV y radio han desaparecido para dar paso a secciones de astrología, gastronomía espacial, sexología on line, chismes, y banalidad pura y dura.
Sobre este hecho han producido mucha “literatura” de allí que es dable sospechar justificadamente, acerca de las bondades de la categoría conceptual, sobre todo cuando la misma suena en voz de un funcionario rojo. Ellos confunden propaganda con información, y al no replicarse automáticamente en los medios privados, toda su propaganda, como la versión única y total de los acontecimientos nacionales, denuncian un macabro proceso de invisibilización en su contra. Dicen, que ese procedimiento es estimulado por el imperio y por un empresariado enemigo del pueblo, la revolución y de sus mitos particulares.
Argumento en contrario, los demócratas de oficio han alertado sobre un progresivo deterioro en todo el andamiaje institucional de la república civil, al extremo, que observan con justificado temor, cómo se encendieron hace rato la casi totalidad de las luces del tablero de control. Solamente dos instituciones no han sido colonizadas por los desesperados seguidores del moribundo eterno: Los Medios de Comunicación Críticos e Independientes y la Iglesia Católica.
El Hermano Mayor
El Chavismo para triunfar como proyecto político se propone invisibilizar a “sus adversarios naturales” y para ello, despliega toda la capacidad de fuego de su ilimitado arsenal mediático. Entre sus estrategias está la de acusar a los opositores, de toda la ruindad que ellos son capaces de ejecutar por sí mismos. Así actúa la muy singular invisibilización de los ciudadanos disidentes por parte del Hermano Mayor. Consecuencialmente, proceden en contra de los medios de comunicación que se atreven a reproducir las ideas, de aquellos que también, piensan diferente.
Desde hace rato, el resto de instituciones fundamentales de la sociedad venezolana, son pasto fácil de la barbarie que antagoniza ferozmente con la cultura democrática que aún sobrevive entre nosotros. En nombre de una ideología salvadora se nos pretende reducir a estadios ampliamente superados por la tradición de la civilización occidental. Se destruye nuestra cultura y con esta misma acción, se intenta suprimir la memoria colectiva de la sociedad. Se reconstruye la historia, se inventan nuevas efemérides, se recrean una historicidad plagada de heroísmos inexistentes. Se conducen altivos y soberbios, como si en este mismo instante estuviesen regresando de los campos de Carabobo, Boyaca o Ayacucho, olorosos a pólvora y salpicados por la sangre del “enemigo”.
Los medios se mantienen precariamente en la defensa de su espacio y de su rol como un activo contribuyente a la gobernabilidad. Los medios son un muro de contención a ese intento de reescribirnos y reinventarnos como género y como sociedad. Allí descansa la razón para disminuirlos y reducirlos a su mínima expresión. Por el contrario la Iglesia, es una institución ya probada en estas lides, ahora da lo mejor de sí contra un adversario al cual ya venció en otras oportunidades, lo cual no quiere decir, que hayamos superado por completo las acechanzas a la vida en libertad.
Para alcanzar esta última meta, el gobierno aspira reducir los medios de comunicación privados, a su mínima expresión y la solución final, es sencillamente convertirlos en una institución prescindible en esa sociedad idílica que prometen construir desde el sistema de medios públicos. La primera de estas sistemáticas prácticas limita hasta la inedia, el acceso de medios y periodistas no oficialistas a las fuentes fundamentales de información. Sin el libre acceso a la información, será fácil en un futuro justificar la extinción de los medios como el agente más importante con el cual cuenta una sociedad para garantizar un modelo político basado en la equidad, la libertad, el consenso y la participación. Restringir el acceso a la información es invisibilizar al ciudadano.
Los medios son garantes de la gobernabilidad, si la entendemos como aquellas reglas (formales e informales) que permiten regular la arena pública, en la cual el Estado, los actores sociales, económicos y políticos interactúan para tomar decisiones de toda naturaleza. La existencia de unos medios plurales, críticos e independientes viene a ser entonces la mayor garantía de una buena gobernabilidad, mientras que medios débiles y tutelados por el propio Estado, son los responsables directos de una muy pobre gobernabilidad. Los medios son actores políticos fundamentales, y no debe existir vergüenza en que ello sea asi.
Esta táctica propende a la construcción de un discurso políticamente castrante, un discurso eunuco que termina por ser más proclive a la proposición de emociones, percepciones adulteradas, destinado a que el ciudadano acepte “como política” un cumulo ilusiones alejadas de la realidad. Una acción concertada bajo la Hegemonía Comunicacional, para terminar siendo practicantes de una conducta políticamente omisiva. Y con esa omisión conducida, no hacemos más que construir “democráticamente” una tiranía. Las otras consecuencias están reflejadas en nuestra debilidad institucional, caldo de cultivo de un populismo caracterizado por producir cantidades ingentes de pobreza, exclusión y un muy bajo desarrollo económico.
Ya que a los asesores de estrategia del señor presidente designado, le aconsejaron propiciar un debate sobre el estado actual de la corrupción bolivariana, posiblemente con la intención de contabilizar a su favor, un mínimo grado de legitimidad, valdría recordarle que precisamente los medios libres, son el mayor freno a la corrupción. Permitan que estos hagan su trabajo. La luz de los medios impide que la corrupción avance como lo hace en este momento, pero la política oficial al invisibilizar al medio, crea la sensación que no vale la pena actuar como la intenta hacerlo oposición democrática, en contra de la corrupción.
Nos dice Aristóteles, que una tiranía para mantenerse en el poder, procede de tres formas secuenciales. Envilece a sus súbditos, siembra entre cada uno de ellos la mayor desconfianza, y si esto no es suficiente, los empobrece. Este régimen restringe el libre acceso a las fuentes de información para envilecernos, hacernos más desconfiados y más pobres. Es cada día más precario y reducido el ámbito de acción de los medios no oficiales, para dejar espacio solamente a la “versión oficial de los hechos” trasmitidos por el sistema público de medios del gobierno; con lo cual no sólo se trasgrede la norma fundamental de la democracia informativa, sino que se empobrece la percepción del ciudadano de todos aquellos hechos que le son propios, inherentes y vitales.
Democratizar la información
Nuestras tareas están signadas en una larga lista de prioridades sugeridas en las resoluciones del milenio por Naciones Unidas, las cuales comienzan por indicarnos la urgente necesidad de democratizar la información, como una acción que la privilegie como el principio organizativo del siglo 21. Que la lucha contra la falta de información seguirá siendo el reto fundamental para el desarrollo humano, y que el acceso desigual a las fuentes de información inhibe el desarrollo de la sociedad civil y el buen gobierno.
Un gobierno sin el control de la opinión pública, incrementa fácilmente sus niveles de corrupción, ya que no hay luz escrutadora sobre las actuaciones de funcionarios y gobernantes. Degrada el entorno sin reparar en ello. Se incrementan los problemas de salud pública y la pobreza es cada día mayor. Tendremos acaso que pintar en las paredes (por falta de medios disponibles) estas observaciones. Entendemos ahora que invisibilizar medios y periodistas no es una acción inocente, o un error de funcionarios menores. Es una política de Estado.
Ocurrió en el Perú de Fujimori, en Ecuador con Correa, en la Bolivia del hermano Evo Morales, en la Argentina con la dupla de los Kirchner, en la Rusia post comunistas de Putin, en BieloRusia, en la encantadora Italia de Berlusconi, en la Nicaragua pedófila de Daniel Ortega, en la Venezuela de Chávez y Maduro. Ahora no se cierran medios, se compran y se prostituyen para colocarlos al servicio del gobierno de turno. Se invisibilizan, como hacen los Castro con las Damas de Blanco.
Sabrán, quienes se prestan a estas prácticas el daño que causan a la sociedad y al oficio del periodismo. La lucha contra la limitación del libre acceso a las fuentes de información continuará siendo el reto fundamental para el desarrollo humano, según nos indican como metas del milenio un documento del PNUD.
Invisibilizar los medios es contribuir a la desaparición de la sociedad civil, pero perpetuar el acceso desigual a las fuentes de información, inhibe el desarrollo económico, la consolidación de un buen gobierno, el establecimiento de la corrupción como un modo de vida, que surge impulsado por la impunidad, por falta de sanciones. Se fomenta el conflicto, se exacerban los problemas de salud pública y crece la pobreza.
Entendemos ahora la gravedad que traduce el cierre de RCTV y ahora la venta y progresiva desnaturalización de un canal de noticias como Globovisión. Los Comeflores y Ninis favor abstenerse.