Releo con fruición el libro póstumo de Oswaldo Payá, Premio Sajarov, quien
ofrenda su misma vida para trazar caminos de reencuentro a sus compatriotas, los
cubanos, víctimas de la satrapía que le asesina. Lo celebro como venezolano, aún
más, por su compromiso con la democracia profunda, por entender que la patria y
lo patrio o son todos o no es nada.
Otea vías para la lucha. Previene peligros. Fija puntos de esperanza. Trabaja
sobre la realidad y destaca la obligación de modelarla sobre principios. Revisa la
historia de lo ocurrido en Cuba, desbrozándola de clichés e hipotecas
emocionales: “No puedo conciliar la imagen que ofrece el gobierno sobre lo que
era Cuba antes de la revolución con el hecho de que, entonces, hubiese algo más
de seis millones de personas vivas en este país”, dice. Y se pregunta, ¿dónde
vivían, pues sólo unos pocos tenían casa?; ¿cómo no se murieron todos de
enfermedades si la atención médica era sólo para los que pagaban?; ¿cómo se
vestían, pues casi todos debían andar con harapos excepto los ricos?
Estuve en el bautizo de su libro La noche no será eterna, a pedido de Rosa María,
su hija, y de Ofelia Acevedo, su viuda. Leo líneas del texto, como esta: “Antes y
después del triunfo de la revolución hubo de todo: sueños, amor, heroísmo,
pasión, entusiasmo, odio, envidia, pero una vez logrado el triunfo, mucho miedo y
total ausencia de libertad”.
“El régimen totalitario… encontró la fórmula impúdicamente aplicada de dos
países, dos Cubas y un solo sistema. Una Cuba llena de miseria y limitaciones y
sin oportunidades… para la mayoría y otra, cada vez más cínicamente exhibida,
de una minoría con todo el poder y todos los privilegios, que ahora ya se asoma
como los nuevos capitalistas, sin control ni conocimiento de la ciudadanía”. No por
azar, señala el autor, la Cuba de los Castro – y la Venezuela de Nicolás Maduro,
agrego yo – avanza hacia el “híbrido de lo peor del capitalismo y la ausencia de
derechos civiles y políticos del comunismo”.
El régimen de La Habana está seguro de que, aunque la Constitución lo permita,
no habrá ciudadanos, no necesariamente disidentes, “con la fuerza espiritual
suficiente para desafiar al tótem del terror”, capaces de saltar “más allá de la
pecera” – es la metáfora de Paya, que evoca el mito platónico de la caverna – en
la que han convertido a todo país.
“Solamente la fe, los ideales de libertad y la defensa de los derechos de su pueblo
sostienen a los que con autenticidad y valor abrazan esta lucha pacífica por la
liberación, disidentes u opositores”, comenta. Dos preocupaciones le asaltan. Una,
que “la cultura del miedo, la pobreza y la desinformación producen la
desesperanza y … generan la mentalidad de sobrevivir”; otra, que los jerarcas del poder “no hacen el cambio en profundidad, le hacen trampa al pueblo y se toman
la mayor ventaja, siguiendo la tradición de la corrupción… mientras hacen una
reconversión de sus privilegios del estilo comunista al capitalista”.
Empero, señala premisas para el hacer:
a) La estrategia es la de los derechos, como vía y meta. Ser protagonistas en
el reclamo de ellos y hacerlo de forma creciente, mientras no se definan
cambios que garanticen transformaciones.
b) La unidad en tal lucha debe darse dentro de una diversidad de estilos,
vocaciones y orientaciones tácticas que la enriquezcan y fortalezcan el
pluralismo. El “bloque” como idea jamás logra sus propósitos, por los
protagonismos y rivalidades intestinas.
c) La transición como objetivo, para ser auténtica debe ser controlada por los
ciudadanos y transparente e impedir la prórroga del Estado mafia.
d) Corresponde a los ciudadanos “forjar un proyecto de nación en la nueva
etapa de la historia”. Han de ser escuchados y tener voz propia, “porque
muchos políticos de diferentes tendencias pretenden encarnar la voluntad”
de ellos y decidir por ellos: “Este es el gran peligro” – precisa Payá – que,
en el momento del cambio, el país “renazca con una grave malformación
congénita”.
e) No habrá elecciones libres y competitivas sin abrogación de las leyes que
las impiden.
f) A la Diáspora cabe protegerla, evitando se vincule a un “cambio fraude” que
la haga “participe de su propia opresión”. Se trata de “desterrados a los que
el régimen les niega los derechos”, por lo que su inserción en la lucha ha de
hacerse en el marco del reclamo por los derechos.
g) “La esperanza está ahora en la nueva generación” y “transición no significa
desintegración ni caos”. Debe realizarse “con toda inteligencia y sentido de
justicia para no castigar más a la víctima que es el pueblo”.
h) Debe quedar claro que en la transición lo que “hay que desmontar hasta la
raíz es el orden totalitario”. No se trata de un cambio de rostros.
El autor de «La noche no será eterna», en suma, predica que “aunque
comprendamos la existencia en que estamos envueltos, un paso reconciliador y
liberador es que los cubanos estamos dejando de señalarnos como culpables o
enemigos los unos a los otros”.
Algunos, en efecto, los menos, insisten en los culpables, les basta, sea para diluir
culpas propias, sea por cultivar el “gattopardismo”. No creen en salidas
transformadoras, para que la noche le de paso al amanecer.