#OPINIÓN Significado

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Mucho antes de la Lingüística General de Ferdinand de Saussure, la gente en nuestros pueblos, allá por la época de mi niñez, daba a las palabras la interpretación de sentido; es decir, como la palabra se refiere siempre a una cosa real o a una cosa real en la palabra, esa referencia de sentido siempre se refería a él. Los niños de entonces aprendíamos por la relación social el sentido como referente. ¡Las palabras tiene su sentido! A ese discurso del habla de entonces es lo que hoy he dado en llamar “primer discurso,” pues se trata del habla de una lengua cuyo aprendizaje no era formal. Se aprendía lo que se oía; la lengua de los educadores no parecía tampoco muy formal. Era una lengua que se aprendía por el habla tácita del hablante.

En la escolaridad ese primer discurso del habla se iba disolviendo en la medida en las cuales alguien corregía nuestra dicción con la socorrida expresión: ¡Niño, así no se dice! Y se nos daba la fórmula de la palabra para la corrección. Pero fue nuestro afán por aprender que por nuestra disposición corregíamos, sustituíamos, mejorábamos la dicción con vocablos aceptados. Estuvimos hablando con ese primer discurso hasta que llegamos a la educación superior. Buscamos desentendernos de esos vestigios del discurso salvaje, libre, original y propio. Adquiriendo con empeño la lengua del “¿buen decir?.” Lo que para mí es “el segundo discurso.” Este con el cual escribo. No presumo de nada y menos de ser culto. La cultura es un amasijo de saberes indominable.

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En la educación superior conocí el “Curso de lingüística estructural de Saussure y aprendía que la palabra es un signo, y que el signo está compuesto de dos elementos: el significante, que es la palabra escrita o nombrada; y el significado, que es la cosa escrita o nombrada. En el pensamiento, el significante es la imagen acústica y el significado es el concepto.

Pero como mi especialidad es la literatura, debo leer, es mi gran afición, y por esas lecturas entendía que los escritores levantaron una especie de rebelión contra el significado del signo. Esta rebelión de los intelectuales fue más intensa en la poesía que en la narración. La literatura en general se tornó en estos poetas y narradores técnicos más que intelectuales en una especie de laberinto, de acertijo para el lector. Narración y poesía se convirtieron en un quebradero de cabeza para el lector. Solamente los lectores especializados en estas triquiñuelas podían interpretarlas a su manera. La función cultural de la literatura se escamoteaba.

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