Para recordar: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo…” (Filipenses 3:20).
El domingo 15 de julio finalizó el Mundial de Fútbol, Rusia 2018. Como de costumbre, hubo lágrimas de alegría y otras de tristeza, durante todo el evento. Por fin, llegó el esperado final; pero no necesariamente se midieron los equipos deseados o anhelados, es decir, se cayeron los mejores pronósticos o vaticinios.
Algo que nos llama la atención y tal vez ocurre por nuestra naturaleza humana, que de pronto hacemos comentarios en negativo de un jugador o un equipo y si en la jugada siguiente tal equipo despierta o meten un ¡Goooooool! Pasan a ser los mejores del mundo; cuando un segundo atrás, muy pocos daban “medio” por él jugador o tal equipo.
Eso estaba pasando al principio del juego de Francia contra Croacia, pero terminó 4-2 y ¿quién pudiera hacer una acotación en contra de Francia? No obstante, surge otra pregunta ¿Ganó Francia o triunfó África?
En realidad, no nos equivocamos en la pregunta, porque ganó el país de los galos o gallos (símbolo adoptado hace unos 100 años) y en la cultura francesa significa “fe y luz”, entre otros (ver www.goal.com/es/news/6825…). Dijimos Francia o África, porque 14 jugadores de la plantilla francesa, 2018, nacieron en el primer país, pero son hijos de inmigrantes africanos. Y así lo encontramos en un titular periodístico: “La fuerza africana de Francia…”, cuando se iba a realizar un partido, semifinal, entre Francia–Bélgica (cnnespanol.cnn.com/2018/07/09).
Es cierto, en casi todos los equipos del mundo hay jugadores de diferentes naciones. Venezuela, gracias a Dios, tiene representación o destacados jugadores en diferentes ligas. Lástima que no hayamos podido ir nunca a un mundial.
Sin embargo, cuando participan estos jugadores, que prácticamente tienen doble nacionalidad, ¿para quién juegan? Si ellos tienen la nacionalidad deportiva correctamente, juegan para el país que los vio nacer; para el país que les ha dado cobijo; para el equipo o país que les ha contratado.
Según nuestro texto inicial, el apóstol Pablo dice: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo…” (Filipenses 3:20). ¿Todos estamos por obtener esta ciudadanía? ¿Para qué equipo jugamos?
Justamente, el mencionado discípulo (Pablo) habla a todo quien acepte o, haya aceptado a Jesucristo como su Redentor personal. Es decir, no importa donde hayamos nacido, pero si nos anotamos “en el conjunto ganador”, seremos registrados como futuros ciudadanos de la patria celestial. Eso sí, si le hacemos caso a “las reglas del juego”, del equipo que se está formando.
Las reglas están bien establecidas: Los Mandamientos; la Sagrada Escritura, seguir al Líder espiritual: Cristo; el Hijo de Dios, el Príncipe de príncipe, Rey de reyes, Señor de señores.
Por eso Pablo dijo que esperamos, “al que viene desde el cielo”; aceptando su primera venida, y mientras estemos en este planeta, deberíamos tratar que nuestro nombre sea anotado en el libro del paraíso.
Podemos tener una nacional, dos nacionalidades, deportivas o no, pero mientras tanto, esperamos a Jesús por Segunda vez, ¿dónde está nuestra nacionalidad espiritual?