Adoro la época de mangos. Para mí no existe fruta más deliciosa sobre la faz de la tierra. Cuando era una niña y estaba de vacaciones, comía mangos todo el día. En mi casa había de muchos tipos: de bocado, de hilacha, de almíbar, mangas… cada uno más delicioso que el otro. Tenía mis mañas para comerlos: primero los aporreaba contra el piso para ablandarlos, luego los mordía y les sacaba un tajito en la parte de arriba, chupaba el jugo y al final comía la pulpa hasta dejar la semilla blanca. Era como un ritual. Cuando hacían jalea de mango me sentía trasladada a otro mundo. Y si la servían con queso blanco, como si comiera un manjar de los dioses.
Los mangos para los venezolanos son algo tan nuestro que no podemos concebir nuestras vidas sin ellos. Pero la realidad es que esa fruta maravillosa que consideramos tan venezolana, no es tal. El mango es originario del noroeste de la India y del norte de Birmania. Y llegó a Venezuela hace no tanto tiempo como quizás muchos creen: gastrónomos e historiadores como Armando Scannone y Germán Carrera Damas aseguran que Bolívar, por ejemplo, jamás vio un mango en su vida, aunque nos lo podamos imaginar en su ingenio de San Mateo atiborrándose de mangos. Los mangos llegaron para quedarse y ahora son tan venezolanos como la hallaca o las arepas.
Lo mismo que sucede con los mangos, sucede con las personas. Cuando llegan a un sitio que les agrada, echan raíces, se afianzan, crecen y dan frutos. Lo menciono porque cada vez escucho más venezolanos diciéndoles a extranjeros que viven aquí “que se vayan para su tierra”. ¡Si ésta es su tierra! ¡El que ellos –que sí tienen un país para dónde devolverse- hayan decidido quedarse aquí en estos momentos de nuestra historia es algo que hay que agradecer! A los venezolanos no nos gusta cuando sabemos que en otros países no nos quieren, por la razón que sea. Entonces, ¿por qué hacerles lo mismo a los que nacieron en otras latitudes y escogieron el nuestro como su país? Nosotros no escogimos ser venezolanos, ellos sí. Eso es más meritorio: entre todos los países del mundo, esos amigos venezolanos por elección escogieron al nuestro para echar raíces, afianzarse y tener hijos. Y siempre están allí, siempre fuertes, siempre dando frutos, siempre nobles, siempre nuestros, como los mangos…