Creaturas de Dios somos todos, ¿pero hijos??? ¡Un momento! ¿Y no somos hijos de Dios todos? Unos sí y otros no. Al menos eso es lo que nos dice la Palabra de Dios.
San Pablo: “son hijos de Dios los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios” (Rom 8, 14). San Juan nos lo dice al no más comenzar su Evangelio como para que lo tengamos bien claro desde el principio: “los que lo recibieron, que son los que creen en su Nombre, les concedió ser hijos de Dios” (Jn 1, 11-12).
¿Y no y que somos hijos de Dios por el Bautismo? Cierto. El Bautismo nos hace hijos de Dios. Pero cada vez que hemos pecado hemos renunciado a ese derecho, porque con el pecado rompemos nuestra relación con Dios. Pero ¡ánimo! que esa relación se re-establece con el arrepentimiento y la Confesión. Así, arrepentidos y absueltos, volvemos a ser hijos de Dios.
Efectivamente, el ser hijos de Dios es el proyecto que Dios diseñó desde toda la eternidad para sus creaturas. “Determinó, porque así lo quiso, que, por medio de Jesucristo, fuéramos sus hijos”. (Ef 1, 5)
Y ¿qué significará ser hijo, hijo de Dios? Significa que podemos llamar a Dios “Padre”, porque realmente somos sus hijos. Pero ¡ojo! Tenemos que cumplir las condiciones de hijos. Lo que significa “Padre Nuestro” es que Dios es Padre de Jesucristo y Padre
mío también. Y eso, porque Jesucristo no le bastó redimirnos, sino que quiso compartir su Padre con nosotros. ¿Qué tal?
Se nos ha dicho que somos “hijos adoptivos” de Dios, porque aparece ese calificativo en algunas traducciones de la Biblia.
Y ¿cómo es un hijo adoptivo? Es alguien admitido a la familia, que, aunque no es hijo realmente, tiene los mismos derechos.
Pero en el caso de nosotros hijos de Dios, somos más que los hijos adoptivos, porque el padre que adopta no ha comunicado vida al hijo adoptado. Pero Dios sí nos ha comunicado su Vida. Podrán llamarnos “adoptados”, pero en el Bautismo hemos recibido la Vida Divina de nuestro Padre Dios.
Adicionalmente, somos herederos: “Con Cristo somos herederos también nosotros” (Ef 1, 11).
Y ¿cuál es nuestra herencia? El derecho al Cielo. Esa es nuestra herencia. ¡Nada menos! Y todos tenemos derecho a esa herencia. Lo que sucede es que muchos la rechazan (se ponen en contra de Dios) o la cambian por baratijas (por los placeres y por apegos materiales, por el pecado).
Entonces, el llegar a ser hijos de Dios y heredar el Cielo es una opción. Una opción abierta a todos, inclusive a los no-cristianos. Pero esa opción supone condiciones.
Una de estas condiciones es la fe en Dios y en su Hijo Jesucristo. Esto es lo que significa el “recibir” a Jesucristo que nos habla San Juan. Y recibirlo es aceptarlo a El y aceptar todo lo que El nos ha propuesto y nos exige.
Pero otra condición, consecuencia de esa fe, es que son hijos de Dios “los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios”. Y dejarse guiar por el Espíritu de Dios es ir aceptando la Voluntad de Dios para nuestra vida. Es ir descubriendo “el misterio de su Voluntad” (Ef 1, 9).
Así podremos llegar a ser santos e irreprochables ante El (Ef 1, 4), y así recibir la herencia prometida: el Cielo en el momento de nuestra muerte y la gloria de la resurrección al fin de los tiempos en el Juicio Universal. Ese es el camino de los hijos de Dios. Pero si nos quedamos siendo sólo creaturas, nos perdemos de todo esto.
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