Hubo sorpresas, emociones y dramatismo incluso un día antes del partido inaugural, cuando España destituyó a su técnico. Y la tendencia seguirá hasta el último cotejo, en el que Francia buscará impedir que Croacia se inscriba en el pequeño club de países que han sido campeones del mundo.
Abundaron las sorpresas que estremecieron el orden establecido en el fútbol wiedersehen, Alemania. Aunque hubo equipos tan malos Arabia Saudí, aplastada 5-0 en el duelo inaugural frente a Rusia que difícilmente reforzaron los argumentos para ampliar el número de participantes den el Mundial.
Fue posible apreciar momentos bellos, como en el tiro libe combado que ejecutó Cristiano Ronaldo para completar su «hat trick» frente a España, y otros que no lo fueron tanto, como la forma en que el astro portugués se levantó los pantaloncillos para mostrar sus ingles.
Existieron los momentos empáticos, incluido el que protagonizó el seleccionador inglés, quien sabe por experiencia propia lo que significa errar un penal y decepcionar a un país. Gareth Southgate consoló con un abrazo al colombiano Mateus Uribe, quien no paraba de llorar después de que había estrellado su disparo de la tanda en el travesaño.
Y proliferaron los memes que provocaron risa durante este espectáculo consumido por el mundo, que no sólo ratificó su mágico poder para unir a familias, amigos, vecinos, extraños y naciones enteras frente al televisor, sino que dominó también la vida en internet.
Tan sólo hay que recordar a Michi Batshuayi. El jugador belga intentó festejar un gol disparando a las redes y terminó como figura de un momento cómico.
La FIFA afirma que el contenido relacionado con el Mundial fue visto 1.000 millones de veces en plataformas digitales durante estas últimas semanas en que el fútbol fue el único deporte interesante del mundo (lo sentimos, Wimbledon y Tour de Francia).
La comparación de un Mundial con otro es imposible, porque ninguna experiencia resulta tan subjetiva como ésta. Los españoles, por ejemplo, adoraron la edición de 2010 porque se coronaron, pese a que Sudáfrica causó irritación con las vuvuzelas y registró uno de los promedios más bajos de goles por encuentro en la historia.
Pero la 21ra Copa del Mundo ha sido fantástica. Tal vez la mejor medición sobre lo adictivo que resultó este Mundial se apreciará el lunes, un día que se sentirá triste y vacío sin la actividad que la gente acostumbraba seguir desde Rusia.
Ese día habrá también preocupación, pues es posible que nunca vuelva a tenerse un Mundial tan bueno.
Definitivamente no ocurrirá en 2026, y posiblemente tampoco en Catar 2022. Puede ser que ambas ediciones sean afectadas por la incorporación de otros 16 equipos.
La expansión, desde luego, es maravillosa para los países que nunca han tenido la oportunidad de contar con un equipo en el Mundial. Pero nadie debe permitir que la FIFA lo engañe al decirle que diluir la calidad del Mundial es positivo para algo que no sean los negocios.
Con 80 partidos en vez de 64, la FIFA pronostica el equivalente de 1.000 millones de dólares adicionales en ingresos a partir de contratos con la televisión y los patrocinadores, sin contar la venta de boletos para los partidos.
Pero habrá palizas más vergonzantes y frecuentes, como la que Inglaterra le propinó por 6-1 a Panamá. Habrá más equipos que se encierren en su propia mitad de la cancha, en busca de resistir el ataque de selecciones muy superiores.
Y es probable que exista incluso una fase de grupos donde los equipos no tengan que dar su mejor esfuerzo o alinear siquiera a sus mejores jugadores para seguir con vida. Ello ya se observó esta vez cuando Francia y Dinamarca, ya clasificadas, colocaron a jugadores suplentes que se dedicaron a pasear la pelota por el campo, en lo que fue el único empate 0-0 durante el certamen.
Salvo por ese partido insufrible, un fútbol ambicioso y alegre iluminó el certamen. Se redujeron las distancias entre las selecciones fuertes y las débiles. Perú, que no había disputado un Mundial en 36 años, estuvo cerca de conseguir algo más que la derrota por apenas 1-0 ante Francia.
En ese partido anotó Kylian Mbappé, la sensación de 19 años que obtuvo lustre en Rusia, donde lo perdieron en cambio Cristiano Ronaldo y Lionel Messi.
Islandia, el país menos poblado en disputar jamás un Mundial, consiguió lo que podría calificarse como una victoria por 1-1, ante la bicampeona Argentina. Un total sin precedente de 24 partidos de la fase de grupos se decidieron por un solo gol.
Éste fue también el primer Mundial en que todos los equipos han marcado al menos dos tantos. El resultado normalmente fue incierto en los duelos.
Legiones de seguidores, principalmente latinoamericanos, dieron colorido y buen humor al torneo. Los hinchas más agresivos de Rusia se quedaron en casa. El videoarbitraje tuvo un debut mayoritariamente exitoso y no demasiado intrusivo.
Sin embargo, algunos jugadores y entrenadores adoptaron el molesto hábito de dibujar rectángulos imaginarios en el aire con los dedos para pedir que se revisara la repetición.
Surgieron elogios para la estupenda organización y la actitud hospitalaria y entusiasta de los rusos. Pero horas después de que Croacia eliminó a una Rusia que sorprendió gratamente, la policía británica anunció que Dawn Sturgess, de 44 años, había fallecido en un hospital inglés, envenenado por el agente nervioso novichok, que produjo la Unión Soviética durante la Guerra Fría.
Y dos días antes de la final, el Departamento de Justicia de Estados Unidos anunció cargos contra 12 agentes de inteligencia militar de Rusia, acusados de invadir los sistemas informáticos de la campaña de Hillary Clinton, en un complot para interferir en los comicios de 2016 en Estados Unidos.
No hay goles o partidos que hagan olvidar hechos semejantes.
El Mundial es entretenimiento. Una diversión gloriosa de un mes. Y nada más.
El lunes por la mañana, volverán el presente y las preocupaciones reales sobre las conductas y motivos del gobierno de Vladimir Putin. Ya estaban ahí antes del silbatazo que dio inicio a la Copa del Mundo en el estadio Luzhniki de Moscú el 14 de junio.