Es casi un tic lingüístico: cada vez que alguien se refiere al capitalismo se ve impelido a agregarle el mote de “salvaje”, a veces con la abierta intensión de descalificarlo, otras veces lo hace solo por hábito. Pero lo cierto es que si bien es correcto hablar de capitalismo salvaje, es incorrecto suponer o afirmar que todo capitalismo es salvaje. Con el capitalismo ha ido ocurriendo lo mismo que ha ocurrido con muchas de las bestias que hoy son parte normal de nuestro entorno. El ganado vacuno desciende de ancestros salvajes y agresivos y que fueron capturados, domeñados, amansados, obligados a engordar, cruzados y mejorados para dar más leche, más carne y resistir a las exigencias del hombre civilizado hasta el punto de que les quedan pocos rasgos comunes con las vacas salvajes de las que descienden.
Quien se tome la molestia de estudiar la historia del capitalismo entenderá como este ha ido cambiando y, ciertamente, civilizándose. El capitalismo es muy antiguo, existía en Egipto, en Grecia, en Roma, pero el moderno capitalismo nace con la revolución industrial y nadie puede afirmar que aquel capitalismo es el mismo que tenemos hoy. Ha cambiado, mucho y para bien. No digo que haya sido un asunto fácil, pero se ha logrado y se le sigue domesticando cada vez más para que de mejores frutos y se minimicen los “daños colaterales” que aun produce.
Dejado a su aire, el capitalismo termina retrocediendo a su condición más salvaje y primitiva: extrema explotación, inseguridad económica para los trabajadores, abismales diferencias de ingresos, ausencia de protección social, regímenes políticos de carácter dictatorial o totalitario, etc. Parte de esa domesticación se debe, sin duda, a las luchas realizadas por las más diversas tendencias políticas, tanto de derecha como de izquierda, incluso las fascistas, por lo menos en algún grado. Ha costado sangre, sudor y lágrimas, pero se ha ido logrando y aún queda un amplio margen por progresar. Pero ese progreso es posible si y solo si se le permite a los capitalistas ganar dinero, que ellos sientan que vale la pena invertir en sus empresas, fundar otras nuevas, iniciar nuevos emprendimientos. Pero a veces, los domadores le exigen tanto a la bestia que terminan por matarla.
El capitalismo domesticado, civilizado, existe en los países desarrollados, en unos más que en otros, pero todos coexisten con el domador: la sociedad políticamente organizada y en estado de derecho, que mantienen controlado al capitalismo salvaje que ya ha dejado de serlo. Muchos países que muestran un gran éxito tanto económico como social lo han logrado porque ellos han sabido equilibrarlo mejor del capitalismo con lo mejor del socialismo. Vale decir, la capacidad del capitalismo para generar y distribuir riquezas y la capacidad del socialismo para corregir las desigualdades e injusticia que el capitalismo siempre producirá en mayor o menor grado. Son las llamadas socialdemocracias cuyos ejemplos más claros son los países nórdicos.
Pero hay que insistir en afirmar que si los domadores no saben cómo domeñar al capitalismo salvaje, terminaran por no obtener de él todo lo que puede producir o, lo peor, matarlo. Venezuela es un caso de domadores salvajes, que también los hay: en su empeño por maltratar a la bestia, por castigarla por ser explotadora, han terminado por matarla. Han destruido a la producción y ahuyentado a los productores y ahora el país está pasando hambre y necesidad.