Jamás se hubiesen imaginado que las cosas se tornarían de ese modo. Al no haber conocido escenarios como los que estaban viviendo no tenían como comparar las terribles consecuencias de haberse dejado ilusionar por derroteros que prometían ser mejores que los que ya tenían trazado su destino; que les parecía poco favorecidos y por experimentar con sus vidas se tropezaron y aceptaron lo peor, con la mayor adversidad, con lo inimaginable y a pesar de que en todo momento voces proyectadas lo advertían, nadie aceptaba vislumbrar la agonía que les venía encima.
La maldad era esencia en los corazones y en las mentes de este y de todos los clanes, de esta clase salida del averno. No había otra explicación, no podía haber otra sino el afán malsano de destruir el propio seno y que naciesen hombres y mujeres tan perturbados, con el alma tan dañada capaces de arruinar y pisotear castas completas, apostar a la hecatombe y en efecto dar pasos ciertos y seguros bellacamente planificados para desaparecer toda una estirpe, toda la colonia y jactarse de hacerlo aduciendo como excusa el propio bien de la mayoría. Cuando solo una minoría, una casta perversa se había apoderado de todas las riquezas y todos los recursos de la comarca, de todas las villas, de todos los territorios.
Habían pactado con las tinieblas y ellas reclamaban su intervención. Entre tanto una de las prácticas era que reinara la obscuridad, la confusión y el caos. Adrede despojaban al pueblo de la luz y se enseñoreaban con el poder maligno que les daba ese pacto demoniaco en el que habían entregado a sus moradores, con tal de entronizarse en el poder, aunque las calamidades, la hambruna, la muerte y la desesperación reinaran entre los súbditos.
Era un reinado del mal, un reinado demoniaco, donde las almas de los inocentes eran puestas en holocausto para conseguir lo que conscientemente el pueblo no les daría. Pues sí, el pueblo mantenía una conciencia perturbada , la conciencia tribal estaba sometida por artificios y brebajes que la hacían actuar con felicidad ante las desgracias; pero el alma humana ya no soportaba tanta perfidia, lo peor del abolengo , si así pudiera llamarse lo más impuro de esa clase lo más antisocial , lo más macabro , había destruido toda la heredad , toda conciencia de otrora y las risas entre los brujos y brujas no se hacía esperar , pues estaba ganando lo más sucio , lo cruel , lo atávico , y el encanto demoniaco de esa casta que se había apoderado del inconsciente colectivo.
Esperaban despertar pero no era un sueño ni una película de horror era la terrible realidad que amenazaba con quedarse para siempre. Se vivía despierto y moribundo, una pesadilla real, que cada día prometía ser peor y nadie terminaba con las secuencias tan perturbadoras de esta agonía macabra, porque hasta los que se creían buenos, estaban en un celestinaje.