Escucho y leo con atención los mensajes en las redes sociales y noto dos fenómenos preocupantes, por un lado, el oficialismo impone día a día un ejercicio del poder carente de contrapesos, sin debate público, sin comparecencia ni control político, sin transparencia administrativa y, mucho menos, rendición de cuentas. Es decir, un régimen político con todos los incentivos para la proliferación de la corrupción y el autoritarismo, completando el escenario con la negación de la voluntad popular con un sistema electoral fundamentado en el ventajismo y la ilegalización de la alternativa democrática.
Por otro lado, sin embargo, ante esa temible situación, muchos lideres de opinión y representantes de la sociedad civil, académicos y élites económicas se niegan a respaldar al Frente Amplio en virtud de no creer en la salida electoral planteada por estos. El Frente Amplio, coalición de partidos y organizaciones civiles, exigen condiciones de competitividad y equilibrio electoral para participar en auténticas elecciones, pero aquellos otros ciudadanos, de forma errática, siguen afirmando que «dictadura no sale con votos», hablan de «injerencia militar humanitaria», acusan a la oposición de «colaboracionista» y, ridículamente, añoran un hombre fuerte (militar) que «ponga orden» a lo Gómez, a lo Pérez Jiménez o a lo Pinochet.
La experiencia histórica global sobre cómo ocurren las transiciones de la dictaduras a las democracias indican, mayoritariamente, que esos procesos son desencadenados con las elecciones, con el voto universal, secreto y directo y, obviamente, con la incorporación de las masas al escenario público.
En este ambiente, nocivo por demás, en el que nos ha colocado tanto el régimen como las élites adictas a los balsamos de «coherencia», «moralina» y que rechaza el «voto universal, secreto y directo» por considerarlo una «herramienta de socialistas» porque «los pueblos se equivocan», se hace imprescindible recordar qué es la democracia y sus implicaciones.
A diferencia de otros regímenes, la democracia es un sistema de gobierno en el cual todos los ciudadanos tienen el derecho a elegir a sus gobernantes y representantes a través del voto. En ese sistema, existen organizaciones destinadas a ofertar programas que intentan atraer al mayor número de respaldo: los partidos políticos. Estos participan sin persecución y competitividad (además, existe tolerancia y respeto por todas las tendencias: conservadores, liberales, democristianos, socialdemócratas, socialistas, comunistas) y es el conjunto de la sociedad quien, de forma libre, sin coacción, sin amenazas, con medios de comunicación sin censura, ni cierres, elige al que considera más adecuado. Las mayorías eligen gobierno y las minorías son respetadas y oídas. La opinión no es un delito, antes bien, es estimulada la libre circulación de ideas.
Hoy tenemos una dictadura, un régimen que usurpa la voluntad general al controlar el sistema electoral y somete a toda la población a la amenaza y la represión. ¿Sé imaginan cambiar ese régimen por otra dictadura, con otros dictadores? ¿Cambiar una bota militar por otra bota militar? ¿Un mandón por otro mandón o mandona?, No. La dictadura debe ser cambiada por una democracia. Por eso mi absoluto respaldo al Frente Amplio. Las élites económicas, académicas y mediáticas aburridas, ensimismadas y militarofilas solo insisten en agendas fantasiosas por saberse incapaces de influir sustancialmente en un escenario público democrático. De allí su frustración, su ataque a los partidos y su inutilidad.