Abrir el grifo es como un juego de ruleta para Elizabeth Robles.
Al principio el agua fluía uno o dos días a la semana, así que Robles, presidenta de la asociación de condóminos, contrataba camiones cisterna para llenar el tanque de su edificio. Con medidas de racionamiento que ellos mismos se impusieron, los condóminos tenían agua, pero sólo por una hora, tres veces al día.
«Si llegabas a las 5 de la tarde sudado, no te podías bañar», relató Robles, abogada y pequeña empresaria. «Es como un castigo lo del agua».
Finalmente se hartaron. Ya que el gobierno no podía proveer agua, decidieron perforar un pozo al lado de su edificio situado en el barrio de Campo Alegre, una solución que es cada día más popular entre las personas que cuentan con los recursos para pagarla dada la mala condición del sistema hidráulico de Venezuela.
La decadencia de la economía de Venezuela se ha acelerado con el gobierno del presidente Nicolás Maduro, lo que ha conducido a un éxodo masivo de personas que abandonan el país cansadas de la escasez de alimentos y medicinas, así como de la violencia en las calles, los apagones y _ahora_ la falta de agua potable.
Robles dijo que ella y sus vecinos contrataron en febrero a una empresas perforadora por el equivalente a 7.000 dólares, unos 280 dólares por familia. Al menos otros tres edificios en su calle, que se encuentra cerca del club campestre más exclusivo de la ciudad, han contratado al mismo ingeniero.
La empresa mueve a su cuadrilla de trabajadores y su plataforma de perforación de un lugar a otro. La ruidosa maquinaria con motor diesel trabaja día y noche por varios días hasta que encuentra agua, generalmente a unos 80 metros (260 pies) de profundidad.
Pero los menos adinerados deben enfrentar el calvario del suministro público de agua, con la esperanza de que el esporádico servicio llene sus tanques de plástico de 560 litros (150 galones) equipados con bombas. O pueden hacer fila en los manantiales de las montañas para llenar sus jarras sin costo.
«A veces se llena la cesta de ropa sucia», comentó Carlos García, un obrero desempleado de la construcción que en una ocasión pasó ocho horas formado para tomar agua de los manantiales.
La escasez de agua en las ciudades ha dado pie a más de 400 protestas en el país en los primeros cinco meses del año, de acuerdo con el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social.
Caracas tuvo en su momento un sistema de abasto de agua de clase mundial, que traía el líquido de reservas situadas en las montañas hasta el valle donde se asienta la urbe. Hoy día sus tuberías revientan, el sistema de bombeo falla y hay ganado pastando en el lecho de la reserva Mariposa en las afueras de la ciudad, que debería estar cubierto de agua.
La falta de lluvias se ha combinado con la falta de mantenimiento, dicen los expertos.
José María de Viana, expresidente de Hidrocapital, la entidad estatal encargada de suministrar el agua en Caracas, culpa a la incompetencia por la escasez, y refuta la explicación del gobierno de que la temporada de lluvias se ha atrasado y que por ello las reservas están secas.
El sistema fue diseñado para abastecer a la ciudad durante la temporada seca, afirmó.
«Si usted continúa sin atender el problema, cada día va a haber menos agua en la ciudad. Cada vez habrá más protestas y más rabia», dijo De Viana.
Funcionarios de Hidrocapital y del Ministerio de Ecosocialismo y Agua de Venezuela no respondieron solicitudes de comentario de The Associated Press.
Fernando Gómez, de la firma de perforación Ingeniería de Bomba de Venezuela, dijo que ha habido un mayor número de llamadas en los últimos dos meses de personas desesperadas por agua. El teléfono suena cuatro o cinco veces al día, comparado con una o dos veces a la semana hace un año. La única barrena de la compañía no se da abasto, afirma.
«Todo el mundo la quiere ya», dijo.
La mayoría de los pozos privados se perforan clandestinamente. La ley exige un permiso antes de que comience la perforación, pero el papeleo puede tomar hasta dos años, y pocos están dispuestos a esperar. Cuando los funcionarios se entrometen, los condóminos buscan al mejor conectado de ellos para que arregle las cosas.
Pero perforar una noria no es una opción viable para la vasta mayoría de los venezolanos, cuyo poder adquisitivo se ha desplomado por la devaluación de la moneda y por la abultada inflación. El salario mínimo equivale a menos de dos dólares al mes.
En los estrechos andadores de Petare, uno de los barrios más grandes de Venezuela, Carmen Rivero dijo que el agua es motivo de celebración cuando llega, y de molestia cuando no, lo que es más frecuente.
Dijo el que barrio recientemente estuvo tres meses sin servicio de agua, y que antes de eso fueron ocho meses. Los habitantes se las arreglan con el agua que traen de un manantial y con el servicio de camiones municipales.
Recientemente, un sorpresivo aumento en el suministro hizo que estallaran de emoción.
«Todo el mundo grita: íAy! Llegó el agua», relató Rivero, quien corrió hasta un grifo de su casa para llenar una bañera azul.
La frustración por la falta de agua estalló recientemente y provocó que los habitantes de Petare salieran a las calles a protestar, algunos de ellos cargando a sus hijos. Rivero dijo que soldados de la guardia nacional equipados con armas de fuego y equipo antimotines los confrontaron y amenazaron con arrestarlos si no regresaban a sus casas.
«Tú también eres ser humano, y sabes que sin agua, no podemos hacer nada», recuerda Rivero haberle dicho a un soldado. Él le contestó que su familia era como la de ella, pero que tenía que seguir órdenes.