Hace cosa de unos 100 años, cuando todavía no había nacido, tuve oportunidad de leer lo que tal vez fue mi primer libro ecológico. Y recuerdo nítidamente que, no más de entrada, el autor afirmaba que “La tala del primer árbol marca el comienzo de la civilización, la tala del ultimo, su fin”. Era, por supuesto, una afirmación truculenta y alarmista pero que ayudó a prender las alarmas en muchas partes del mundo civilizado y que se han dado a la tarea de recuperar sus bosques. Hoy muchos países de Europa, tienen muchas más hectáreas de bosques y áreas forestales de protección que hace 50 años atrás. Y eso es el resultado de la generalización de una cultura orientada a la protección de esos recursos, a la publicidad y a los severos castigos impuestos a quien daña el ambiente.
La contra cara de ese proceso de reconstrucción del patrimonio forestal de un país suelen serlo los países del tercer y cuarto mundo que se están deforestando rápidamente. Entre otras razones para expandir la frontera agrícola para cultivar más alimentos, a veces para el consumo interno y otras para exportar. Pero con frecuencia se hace caso omiso de las técnicas de protección de un recurso que es renovable solo si se le trata con propiedad.
También Cabudare está en ese proceso de destrucción de su cubierta forestal. Hay crónicas que describen que a fines del siglo 19 se podía ir desde Cabudare hasta Barinas por un sendero de recuas que discurria todo el tiempo bajo los árboles. De eso queda muy poco. En los años 50 todavía existían la reserva forestal de Turen y la de Ticoporo, pero hoy ellas existen solo en los planos de una geografía histórica.
Obviamente, aún quedan arboles de gran porte en Cabudare. Unos pocos están en las plazas y a lo largo de las calles, esperando por ser derribados por causa de los ensanches viales. Otros estan en patios de solares y también corren el riesgo de desaparecer tan pronto los derribe para edificar o en castigo por dañar las tuberías o levantar los suelos o simplemente “porque echan muchas hojas, ensucian mucho” como si un montón de hojas caídas fuera basura.
Es obvio que una ciudad cuya población está creciendo en número y actividades necesita terrenos para edificar, lo que implica derribar árboles, pero también es cierto que con harta frecuencia se derriba más de lo que se necesita. En el mundo hay muchos ejemplos de arquitecturas que conviven con los árboles que ya estaban ahí antes de edificar. Entre nosotros, mucha de las obras de Fruto Vivas son un claro ejemplo de ese respeto al entorno arbolado.
Es de señalar que la anterior administración de José Barreras intentaba respetar ese patrimonio y aumentarlo cuando se podía, respetando, de paso, las áreas que estaban señaladas como no edificables y de protección ambiental en el Plan de Desarrollo Urbano Local, pero con frecuencia los rojos rojitos las invadían y lo primero que hacían y siguen haciendo es eliminar la cobertura vegetal.
Nadie sabe que piensa al respecto la nueva administración cuya característica más notoria es estar en manos de una alcaldesa que practica el difícil arte de la invisibilidad. Es probable que su gestión sea, en cuanto al respecto al patrimonio vegetal, aun mas gris que la del mal recordado Richard Coroba quien propiciaba invasiones que hoy se han consolidado a las orillas de muchos cursos de agua, continuos o intermitentes, que no deben ser ocupados y son áreas verdes que, por sus árboles, bien pueden ser convertidas en parque lineales pero que requieren, para lograrlos, de tres recursos que parecen ser inexistentes: dinero, intelecto y voluntad política para ver el desarrollo de una ciudad a largo plazo.