La última semana de mayo comenzó con el asesinato del cantautor Evio Di Marzo. Más allá del dolor, la estupefacción y el desconcierto que genera el que hayan matado a alguien admirado y querido, me sorprendió (no debería sorprenderme a estas alturas, pero me aún sorprende y no deseo que deje de hacerlo) encontrar en las redes comentarios ácidos –por decir lo menos- sobre la religión y la filiación política de Evio, como si fueran razones para que hubiera muerto de esa manera.
¿Qué nos pasa? ¡Nos estamos deshumanizando y eso es lo peor que le puede pasar a un país, sobre todo a un país como el nuestro, donde una de las características era ser de brazos abiertos, de gente buena y amable! Hay un grupo en el país que piensa que hay otro grupo que es menos gente porque piensa distinto a ellos… ¿no están siendo igualmente intolerantes, igualmente viles, igualmente desalmados quienes se han manifestado hasta con alegría por el asesinato de Evio?… La patria hermosa se nos está convirtiendo en un desierto, estéril, yerma.
Sin embargo, dentro de tantos contratiempos, hay refugios, suertes de oasis donde calmar la sed de soñar. Esa misma semana, mientras buena parte del país lloraba la prematura partida de Evio Di Marzo y vivía la deshumanización de la otra parte, me tocó ser jurado en el III Festival Intercolegial de Humanidades, en los renglones de poesía y guion. Un Festival que nació en 2015 del sentimiento común que varios jóvenes compartían: “la falta de espacio artístico para los adolescentes en Venezuela, la marginalización de las Humanidades y la sequía cultural del país”.
Quedé sorprendida por la madurez de los escritos, la sensibilidad expresada con tanto carácter, el profundo arraigo con Venezuela, el conocimiento de sus problemas y la presencia de la esperanza, ese espíritu que nos permite enfrentar las calamidades. Si pudiera premiar todos los escritos, lo haría. No saben lo difícil que fue escoger a un ganador, porque sentí que todos lo eran.
Queridos muchachos, que haya dentro de la generación de relevo mujeres y hombres de la talla intelectual y moral que han transmitido ustedes a través de sus escritos, es altamente gratificante y profundamente tranquilizador. Gracias por darme el regalo de haber sido jurado: es un oasis que calma la sed.