“Un sol de exilio alumbra estas pisadas/ Vengo de un país de llovizna permanente”. Llovizna que pareciera tornarse aguacero cuando hacemos nuestro el lenguaje que fortalece la exclusión social, cuyas facetas han ido consolidándose a lo largo de estos 18 años y que mire usted, incluye a unos y a otros, aunque parecieran ocupar distintas aceras.
La exclusión social en Venezuela ha sido convertida en un hecho cotidiano en todos los ámbitos de la vida de quienes no participan del poder ni de las comparsas de sus seguidores. No es la consecuencia de una confrontación política, como podíamos concebirla hace algunos años, sino peor aún, como política de Estado reflejada en todos los ámbitos: el político-ideológico, el económico y el cultural.
La exclusión es la expresión de la negación consuetudinaria de la participación de iguales ante la ley, en confrontación de sus ideas políticas, ejercidas en virtud de la libertad personal y consagrada en el derecho constitucional de los ciudadanos, de confrontar sus ideas políticas como adversarios, sin correr el riesgo de ser estigmatizados, por ser catalogados como enemigos, por quienes gobiernan.
Los tiempos de la alternabilidad, lograda a partir del ejercicio del voto en elecciones, permitieron que éstas fueron depurándose y que sin ser perfectas —por contener polvos de estos lodos—también fueron tiempos de conocer y esgrimir derechos, de aprender a ejercer la democracia desde el poder y como ciudadanos, así como de las instancias representativas de los tres poderes, cuya efectividad dependerá siempre de la eficacia de la participación y vigilancia ciudadana. Habrá que reparar y llevará tiempo, el daño institucional proveniente del ejercicio autocrático y arbitrario del poder, cuyos soportes —TSJ, CNE, ANC— fueron distorsionados por provenir de métodos y fines nada democráticos, al ser puestos al servicio de un gobierno que sólo toma en cuenta a sus seguidores y hace uso de prácticas ilegales para desviar los diversos recursos que son patrimonio común, para los funcionarios públicos y militantes de su partido.
Dentro de este contexto es fácil comprender por qué al gobierno le interesa “realizar elecciones” amañadas, para mantener la fachada democrática. Las actuales confrontaciones entre Maduro y Cabello, reflejadas en las “elecciones” pasadas, quizás expliquen la promesa recientísima —de quien obvia que sigue en el gobierno porque hizo fraude electoral— de abrir espacios de inclusión para “todos” en la “paz y el entendimiento”, la “democracia” y el regreso al “capitalismo”, que vendrá, producto del cambio del timón, que dejaría al “bolivarianismo” como una opción que sólo le serviría a Cabello, quien sigue excluyendo la oposición, a la que acusa de ser “terrorista” y “apátrida”.
Las declaraciones recientes de Maduro, deliberar todos los presos políticos, los de ahora y los de “antes”, con la condición de firmar un compromiso de un enunciado que diría más o menos que el “firmante se compromete a no seguir conspirando”, nos animan a preguntar si el gobierno ¿firmaría una carta de compromiso que a garantice el “…ejercicio de todos los derechos políticos de los venezolanos, incluyendo elecciones justas, la protección de sus derechos legales y constitucionales, el respeto a los humanísimos y urgentísimos derechos a la vida de todos, a la salud, con sus medicinas y tratamientos para los miles de enfermos crónicos y trasplantados, madres embarazadas y los miles de niños enfermos y/o hambrientos, así como abrir los canales humanitarios y garantizar la alimentación, los servicios y todo lo que signifique calidad de vida, permitir la economía privada, reconstruir el país y posibilitar el retorno de los que se fueron…y… y…?
Los versos iniciales del poema de Alvaro Osorio, nos ayudan a recordar el camino de quienes seguimos en la vía: “Un sol de exilio alumbra estas pisadas/ Vengo de un país de llovizna permanente”, cuyo final, prefigura los temores de todos: // y una paloma siempre ensangrentada/ del otro lado del río”.