#OPINIÓN Entre gallos y medianoche

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No hay dictaduras inexpugnables. Al paso que va, el otrora espeluznante Kim-Jong-Un podría terminar paseando por Disney con orejitas de Mickey Mouse. Otros procesan sus fiascos intentando negociar bajo cuerda para huir conservando pellejos, ahorros, y apariencias.

En medio del actual drama es difícil para muchos – sobre todo quienes se aferran al viejo romanticismo que imaginó un bravo pueblo y una Venezuela heroica – concebir una salida sin términos maniqueos. Los hiperbólicos que han equiparado a una miserable banda de roba-gallinas con Hitler aspirarán a una III Guerra Mundial para derrotarlos.

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Pero a nivel práctico muchas inflexibles posturas de respetable ética individual chocan con la realidad colectiva de una sociedad de cómplices que lleva siglos perfeccionando puentes de plata para la retirada ilesa de notorios malandros de la política.

Desde que las salvajes turbas “haitianizadas” de José Tomás Boves arremetieron contra una incipiente nación la historia patria está repleta de ejemplos de transigencia de la sociedad civilizada frente a recurrentes embates de barbarie tropical. Lo actual es un mero compendio de todos aquellos episodios.

Para salir de aquel trance el propio Libertador fue capaz de cooptar sanguiarios llaneros, abrazar a Morillo en Santa Ana, y hacer la vista gorda a numerosos “godos” para construir un país. Años más tarde ilustrados mantuanos contemporizaron con brutales guerrilleros “pata en el suelo” con tal de concluir la Guerra Federal en el Tratado de Coche.

Pocos hoy escatiman méritos cívicos al general López Contreras, fiel ministro de Guerra del Benemérito, por ayudar al círculo íntimo del déspota a escapar por Turiamo mientras aquel era sepultado con honores en Maracay. El muerto al hoyo …

De modo que por comprensible que hoy sea clamar justicia ante tanto crimen, latrocinio, destrucción y degradación, lo presumible es que más pronto que tarde gran parte de los actuales pecados se olvidarán en una sociedad que apenas posee un “mega” de memoria colectiva, y cuyo medio más popular de resolución de conflictos ha sido: “dejemos todo de ese tamaño”.

El final de la actual satrapía difícilmente vendrá con una épica gesta de osados caballeros e indignadas damas envueltos en banderas patrias, en heroicas poses para los óleos de algún futuro Tito Salas.

Un torcido árbol de tres podridas raíces seguramente terminará del mismo modo turbio, sórdido y confuso que nació: Entre tinieblas, gallos y medianoche, con traiciones, componendas, aires de sainete y con un fuerte tufo castrense. Lo demás es pura utilería.

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