Salga sapo o salga rana, el próximo domingo no producirá ganadores.
Cualquier evento comicial administrado al margen de la ley por un régimen dictatorial concluirá como crean más conveniente a sus intereses los capitostes militares y civiles que tienen el monopolio de la fuerza.
Hace años que el movimiento democrático de Venezuela plantea una salida pacífica, democrática, constitucional y electoral. Las cuatro palabras han sido una especie de mantra del mundo civilizado, pero jamás fueron planteadas cual súplica sino ofrecidas reiteradamente a los amos de la barbarie como su mejor opción de escape frente a un estrepitoso fracaso político, económico, social y moral.
Lamentablemente, los guardianes de las armas por ahora parecen aferrarse a una obcecada resistencia a cualquier solución de altura, atrincherados en su terror a la justicia y esgrimiendo un descolorido taparrabos ideológico para encubrir el más voraz y vandálico saqueo de la historia de Venezuela.
Ahora entramos a los últimos días de un teatro político que no se creen ni los más fervientes detritos comunistas del siglo XXI. Se presencia un paripé de concurso entre dos protagonistas – uno civil y otro militar – de un infausto y fracasado golpe de estado de hace más de un cuarto de siglo.
¿Qué decidirán los factores que tras las bambalinas deciden? ¿Ratificarán la calamidad que aún tienen entre manos o preferirán algún ensayo gatopardiano que pretenda lavarle el rostro a una abominación? Solo ellos sabrán lo que traman.
Sea lo que sea, el próximo lunes seguiremos siendo un país desintegrado: Una nación en bancarrota, que estranguló la gallina petrolera de los huevos de oro, que deliberadamente expulsa a su gente mejor calificada, productiva y culta; y que va cayendo en acelerada picada hacia el caos y la casi total ingobernabilidad.
¿Será que alguno de los concursantes al simulacro genuinamente se cree que podrá sacar al país de la vorágine actual?
Una de las partes no hace sino repetir esa misma cansona muletilla ideológica que se viene escuchando hace años, que se evapora y desaparece ante una realidad mucho más afín a la de Haití o Somalia que a las fosilizadas dictaduras comunistas que sus promotores pretenden emular.
De otra parte, se escuchan mensajes más coherentes – siendo genuinos – pero que chocan con una insuperable falta de credibilidad o viabilidad, con el cerrado rechazo de factores decisivos dentro y fuera del país.
Si ambos insisten en culminar la farsa pasarán al ridículo de la historia como la clásica pareja de borrachitos peleados por la botella vacía.