Escribo estas líneas al borde de un nuevo abismo que en realidad no es tal. En distintas fechas, en momentos cruciales de un pasado demasiado reciente, pero también percibido como largo y distante, hemos caído y rodado en la cuesta del deterioro, en la ladera del empeoramiento de todos los indicadores posibles y existentes para medir el bienestar de una sociedad. Quien diga lo contrario, atiende probablemente no a la razón, sino a un dogma férreo e inamovible, y por ello, casi mortal. El mismo dogma que aún aspira a perpetuar una acción destructora, en nombre de una revolución convertida hace rato en mero ejercicio hamponil y saqueador del poder en Venezuela.
Lo que ocurrirá este domingo 20 de Mayo, y la manera de definirlo y asumirlo, nos revela por una parte el éxito relativo de un modelo de gobierno en debilitar y erosionar el tejido institucional y ciudadano que durante años ha contrapuesto la democracia, la Constitución y la libertad a la asfixia hegemónica, totalitaria e intolerante de un partido-Estado-Milicia, y por la otra, las dificultades para articular un bloque verdaderamente amplio, político, económico, gremial y social que enfrente estratégicamente a un régimen negado a cualquier proceso eleccionario real, con garantías, auditorías y sin el ventajismo burlón, grotesco y descarado del aparato estatal sobre un electorado convertido en clientela hambrienta y silenciosa.
El potencial de destrucción del proyecto chavista, evidenciado en el desquiciamiento de una hiperinflación engendrada en la madeja de controles, regulaciones, expropiaciones, distorsiones cambiarias, monetarias, fiscales, sazonadas con abundante mafia y corrupción es sin duda infinito, al igual que su capacidad de empobrecimiento, muerte deterioro social, moral, físico, familiar y personal.
El carnet de la patria es la nueva cédula de la miseria institucionalizada, pretensión de masificar y plastificar la mendicidad y dependencia a un Estado inviable, de cara a la sensatez y cordura democrática y económica global actual.
Votar, pero no elegir.
La democracia como simulacro. La elección como un espejismo en medio de un desierto, sin referentes o liderazgos, que sin embargo deseamos se convierta en realidad palpable, como expresión del mayoritario y despolarizado deseo de cambio, como un clamor para superar la actual tragedia en forma de gobierno.
¿Qué país amanecerá el 21 de mayo de 2018? ¿Un país distinto? ¿Un país más gobernable? ¿En paz? ¿O potencialmente más volátil, en lo social y económico? ¿Sin hiperinflación, sin hambre y con medicinas por doquier? ¿Sin presos políticos? Palabras como legitimidad, autoridad, gobernabilidad, complicidad, liderazgo, fraude, triunfo, derrota, asumirán el lunes 21 de mayo significados diversos y cambiantes, pero que poco a poco se irán haciendo más nítidos en su acepción e impacto futuro.
Hay crisis que hacen insostenible una forma de vivir y de gobernar. Hay cambios que, tarde o temprano, terminan por desmontar un proyecto de poder erigido sobre el desastre como promesa.