Estamos gobernados por una verdadera tiranía. Propios y extraños tenemos la convicción de que la democracia dejó de existir hace rato. No ha sido un hecho casual. Tampoco producto exclusivo de la incapacidad y corruptelas de quienes administran la dictadura. Son factores importantes, pero lo real es que somos víctimas de un proceso ideologizado de destrucción de lo existente con objetivos claros.
Si la inmensa mayoría de la nación comparte lo señalado se impone una lucha frontal para liquidar este régimen y revertir hacia lo positivo las negativas tendencias del presente. Tenemos la obligación de hacerlo más allá de cálculos basados en aspiraciones personales o de grupo. La guía fundamental está en los principios y valores que decimos compartir.
En la Venezuela de hoy están en permanente peligro la libertad y la vida misma. También el derecho a trabajar en paz y garantizar seguridad absoluta a cada familia independientemente de su condición económica o política. El mensaje es para todos. Si queremos conservar lo mucho o poco que nos va quedando, tenemos el deber de tomar conciencia de la necesidad de rebelarnos activamente para provocar el cambio necesario. Es hora de atender aquel llamado del Papa Juan Pablo II en su visita al país, invitando a despertar y a reaccionar. Fue hace más de treinta años. Hoy tiene más vigencia que entonces.
Cuando se pierden los anhelos se da paso franco a la muerte. Puede ser física, pero también previa a la tumba. De allí la importancia de darle sentido a los esfuerzos que hacemos y a todo cuanto tenemos aún que concretar.
Estas reflexiones un tanto desordenadas están presentes como nunca antes en estos días llenos de confusiones, incertidumbres y graves contradicciones aún entre quienes dicen luchar contra la dictadura. Ahora está en pleno desarrollo una suerte de chantaje relativo al tema de la unidad. Hace algunos años dijimos que pretender en nombre de la unidad opositora la tolerancia de conductas reprochables y errores graves de conducción nos convertiría en cómplices de “un viaje hacia ninguna parte”. Como bien señala oportunamente Luis Betancourt, unidad no es complicidad. No puede serlo.
Tenemos convicciones y trayectorias que debemos honrar. Es la mejor herencia, el más valioso patrimonio para nuestros hijos y nietos en los cuales vemos a los de Venezuela entera.
A unos cuantos opositores les pido reflexión. En vez de dirigir sus acciones en función del cambio y la dimisión de Maduro se han confundido con el instrumento electoral propio de las democracias. No de las dictaduras comunistoides. El esquema que guía sus actuales actitudes es muy precario. Puede servir o no servir. Pero tanto lo primero como lo segundo dependen del adversario o del azar.