El decorado de la 63ª edición del Festival de la Canción Eurovisión ya está listo pero el suspense seguirá siendo total hasta la final, que el sábado designará en Lisboa al sucesor del portugués Salvador Sobral, último vencedor del concurso.
Chipre, Israel, Francia y Noruega figuran entre los favoritos en las apuestas, pero ninguno de ellos cuenta con una ventaja cómoda respecto al resto.
A falta de fondos, la televisión pública portuguesa RTP ideó un espectáculo más «teatral», limitando el uso de proyecciones de video y de nuevas tecnologías, para seguir siendo fiel al lema de sobriedad lanzado por Sobral tras su victoria el año pasado en Ucrania.
«La música no son fuegos artificiales, sino sentimientos», declaró entonces el intérprete luso, que el sábado se subirá al escenario por primera vez desde que fuera sometido a un trasplante de corazón a principios de diciembre.
«Hemos querido montar un proyecto tan simple y elegante como la actuación de Salvador Sobral en Kiev», declaró Joao Nuno Nogueira, productor ejecutivo de la edición 2018 de Eurovisión, que describe como el espectáculo televisivo no deportivo más importante del mundo.
Este enfoque habría permitido producir dos semifinales y una final de tres horas y media con un presupuesto inferior a 25 millones de euros, el más bajo de los últimos diez años. La audiencia total se calcula en unos 200 millones de espectadores.
‘Sensaciones diferentes’
Este cambio de perspectiva contó con una buena acogida por parte de los aficionados más devotos del certamen, creado en los años 1950 para estrechar lazos entre los países europeos tras la Segunda Guerra Mundial.
La cantante israelí Netta Barzilai posa en la alfombra azul de la ceremonia de Eurovisión el 6 de mayo de 2018, días antes de la final del certamen, donde está entre las favoritas
«Creo que esto aportará sensaciones diferentes, más próximas a un espectáculo en directo. Había un riesgo de que esto se convirtiera demasiado en un puro espectáculo televisivo», declaró a la AFP el presidente del club de fans británico, Alisdair Rendall.
«Las pantallas y los efectos visuales habían aplastado progresivamente la representación», añadió Rendall, un encargado de prensa de 36 años, que viajó a Lisboa para asistir a su undécima final de Eurovisión.
Salvador Sobral consiguió para Portugal su primer trofeo en la historia del festival con una canción cantada en su lengua materna, poniendo fin a una serie de victorias obtenidas por composiciones interpretadas al menos parcialmente en inglés y que se alargaba desde 2007.
«Su éxito demostró que la lengua no lo era todo en Eurovisión», comentó a la AFP el presidente de la asociación de fans franceses, Stéphane Chiffre.
De las 43 canciones en concurso este año, trece estarán cantadas enteramente en una lengua distinta al inglés, contra solo cuatro en 2017.
¿Doble ganador?
Entre los otros concursantes bien posicionados figuran el representante de Noruega, Alexander Rybak, que ganó en Eurovisión en 2009. Si el sábado volviera a ganar, el cantante -que cumplirá 32 años el domingo-, se convertirá en el segundo cantante en ganar dos veces el festival, detrás del irlandés Johnny Logan, que lo hizo en los años 1980.
La gran final podría desembocar también en un duelo de divas que opondría a la fogosa candidata chipriota Elena Foureira contra la israelí Netta Barzilai, defensora del movimiento #MeToo.
Tras las críticas vertidas el año pasado contra los organizadores ucranianos, que pidieron a tres hombres que presentaran la final, en Kiev, en Lisboa se confió esa tarea a cuatro mujeres portuguesas, incluyendo a la estrella de la serie estadounidense «CSI: Los Ángeles» Daniela Ruah.
El espectáculo se llevará a cabo en el Altice Arena, la mayor sala de espectáculos de la capital portuguesa, construida hace 20 años en un barrio completamente renovado para la exposición universal de 1998.
También a orillas del Tajo pero en pleno centro de ciudad, la gran plaza del Comercio fue transformada en «Pueblo Eurovisión» para que miles de fans puedan ver la final en una pantalla gigante.