#OPINIÓN La odiosa racionalidad

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Imagínese el lector un Planeta abarrotado, en el que la Población superó la capacidad de su hábitat para sostenerla. Ese tema ha sido abordado por numerosas cintas cinematográficas, desde la apocalíptica Mad Max (1979) hasta las futuristas Elysium (2013) o la saga de los The Hunger Games (2012). Independientemente del matiz de cada película el planteamiento es similar, un grupo reducido que a través de la fuerza toma el control de los recursos para sí. En la primera de las cintas mencionadas es la fuerza bruta el requisito para aspirar a controlar el acceso a los recursos; en las otras dos se presenta una sociedad segmentada por atributos aparentemente asociados a cierta superioridad racial.

Sobre este último tema también abundan películas, siendo quizás una de las más emblemática Gattaca (1997), en la se presenta una segmentación de clases basada en la “pureza” de cada persona (basados en la genética) y la supuesta superioridad de unos sobre otros. Más recientemente, presentada cinematográficamente de una forma mucho más débil que las cintas antes mencionadas, se encuentra la película The Thinning (2012), en la que se muestra en un futuro no tan lejano un proceso al que se somete a los jóvenes en los Estados Unidos para “descartar” a los menos inteligentes, todo ello a partir de una prueba de actitud de conocimientos; el objetivo es preservar a los más capaces intelectualmente.

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Todos estos planteamientos de entrada generan rechazo, la razón se debe a que dejan de lado la Moral. Pueden lucir racionales, la Teoría Económica se encargaría de argumentarlo con bastante consistencia, sin embargo algo que va más allá del mero cálculo impide aceptarlos como correctos. Octavio Paz aborda en Tiempo nublado (1983) la introducción de la idea de progreso por parte de Occidente y la consecuente llegada de la Modernidad, pero cómo ésta ocurre dejando de lado elementos religiosos y filosóficos en beneficio de la ciencia y la técnica, las nuevas deidades. Visto así los planteamientos de las películas mencionadas quizás adquieran sentido para los que profesan la fe de la modernidad a ultranza.

La tensión entre la racionalidad y la moral es permanente, mucho se ha debatido sobre la clonación o los límites a la experimentación con seres vivos, por ejemplo. La ciencia y la técnica pueden contribuir a las soluciones prácticas, pero sin elementos como la moral, la equidad, e incluso la fe, se convierten en instrumentos vacíos, y quizás por ello susceptibles de transformarse en herramientas perversas. La purificación racial del nazismo y otros tantos, la destrucción masiva de Nagasaki e Hiroshima, los millones de esclavos lanzados al fondo del océano porque ya no eran útiles, y muchas otras atrocidades han sido cometidas en nombre de alguna racionalidad.

La humanidad ha avanzado desde el punto de vista técnico en los últimos 200 años a un ritmo sin precedente. Esto representa una gran oportunidad, pero también un gran riesgo pues si detrás de todo ese progreso no hay un sentido Moral el resultado será la masificación de los males que han acompañado a la humanidad a lo largo de su historia. De poco sirven todos los avances de la ciencia si la humanidad sigue dominada por sus mismas pasiones, esas que han conducido a guerras, hambrunas, y otras tantas tragedias. Quizás la misma racionalidad de no perecer en un mundo abarrotado obligue a rescatar principios de humanidad relegados hasta el momento.

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