Es una inquietante pregunta que se hace Octavio Paz, mucho antes de ganar el Premio Nobel de Literatura en 1990. Escribe el mexicano un ensayo con esta pregunta turbadora en Cambridge, Massachusetts, en 1975. Confieso que he leído muchas veces este escrito, que apenas tiene 11 páginas, y que me ha hecho meditar hasta el aturdimiento. Allí afirma que nuestra literatura tiene una debilidad, visible sobre todo en el dominio del pensamiento crítico, que nos ha llevado a preguntarnos si la literatura hispanoamericana, por más original que sea y nos parezca, es realmente moderna.
Para nuestro asombro, afirma Paz que no es moderna nuestra literatura, y ello lo dice porque lo que hace a una literatura realmente moderna es la crítica, un elemento del cual carecemos los hablantes de la lengua castellana. Una literatura sin crítica no es moderna o lo es de un modo peculiar o contradictorio. Hay una ausencia de crítica en Hispanoamérica.
Hemos tenido –agrega Paz- buena crítica literaria: Bello, Henríquez Ureña, Rodó, Darío, Alfonso Reyes, Rama, Rodríguez Monegal, Jorge Luis Borges. Lo que no tuvimos ni tenemos son movimientos intelectuales originales.
No hay nada comparable en nuestra historia a los hermanos Schlegel; a Coleridge, Wordsworth; a Mallarmé, al Nuevo Criticismo en Estados Unidos, a Richard y Leavis en Gran Bretaña, a los estructuralistas de París. La razón de esta anomalía es que en nuestra lengua no hemos tenido un verdadero pensamiento crítico ni en el campo de la filosofía ni en el de las ciencias y la historia.
Por eso somos una porción excéntrica de Occidente. Esa excentricidad -agrega- comenzó en el siglo XVII, puesto que no tuvimos Revolución Científica (Kepler, Galileo, Newton); y continuará en el siglo XVIII porque no tuvimos, sobre todo, un equivalente de la Ilustración y de la filosofía crítica. Ni con la mejor voluntad podemos comparar a los españoles Feijoo o a Jovellanos con Hume, Locke, Diderot, Rousseau, Kant. Allí está la gran ruptura; allí donde comienza la era moderna comienza también nuestra separación.
Nuestra incapacidad de ponernos a tono con la modernidad ha producido, oblicuamente, obras literarias únicas y excepcionales. Pero en el campo del pensamiento, la moral pública y la convivencia social, nuestra excentricidad ha sido funesta: no conocemos la tolerancia, por ello vivimos en una crónica inestabilidad, el desorden, la pasividad, la demagogia y el caudillismo.
Este es fundamentalmente el discutible pensamiento de Paz. ¿Habremos de darle todo el crédito que se merece? A mi manera de ver, no. El pensador francés Alan Guy, por ejemplo, nos dice que en filosofía hemos mostrado un sorprendente complejo de inferioridad, que creemos equivocadamente que nada de lo ibérico sea profundo y válido. Nos muestra Guy que han sido notables las prospecciones de Andrés Bello, Leopoldo Zea, O´Gorman, José Gaos, Salazar Bondy y Mayz Vallenilla.
Y qué decir de las ciencias naturales, donde destacan los biólogos chilenos Maturana y Varela y su relevante concepto de autopoiesis; el venezolano Humberto Fernández Morán, creador del prominente concepto de crioultramicrotomia. En el pensamiento sociológico e histórico debemos hacer referencia obligada al semiólogo argentino Walter Mignolo, figura central del llamado poscolonialismo latinoamericano; a José Carlos Mariátegui, un “agonista del socialismo”; a José Vasconcelos, a quien Keyserling consideraba el más grande pensador de América Latina; y no puedo menos decir que sería una grave omisión no destacar a Gustavo Gutiérrez, a Leonardo Boff, a Frei Betto, quienes crearon la muy original Teología de la Liberación latinoamericana, una verdadera “visiones del mundo” de vanguardia. Y más cerca de nosotros, en Colombia, cómo obviar al filósofo Santiago Castro Gómez, quien ha deslumbrado con su Hibrys del punto cero y también Crítica de la razón latinoamericana.
Al final de cuentas, el viejo y cansado Occidente debería recoger del Nuevo Mundo Hispanoamericano varias benéficas lecciones de lucidez y de sabiduría. Cosa nueva y potente se ha estado cocinando entre nosotros, aunque Paz sostenga lo contrario.