La realidad que enfrentamos se agrava cada día, sea en magnitud, profundidad o amplitud. La crisis afecta mucho a muchas más personas. Y sin embargo, ocupados como estamos en lidiar con ella los venezolanos, parece que no alcanzáramos a darnos cuenta de su magnitud actual y potencial.
La gente hurgando a ver qué consigue en las bolsas rotas de una basura que lleva tiempo allí porque tampoco la recogen con regularidad no es un invento ni un fenómeno excepcional. Todos lo hemos visto, incluso los que pasan de prisa en sus enormes camionetas con ayuda de escoltas. Para nuestra vergüenza, ocurre con demasiada frecuencia. Es un síntoma, otro entre muchos y acaso de los más escandalosos de la vida que vivimos y que no se solucionará sola. Tampoco es un mero problema de flujo de caja como explican voceros oficiales y mucho menos un resultado de la “guerra económica” invento de la propaganda que de tanto repetirlo, se lo han creído sus propios propagadores.
Los datos de empobrecimiento duro y constante, visibles en alimentación, salud, empleo, educación, seguridad social y mortalidad infantil recogidos en el estudio de la UCV, la UCAB y la USB, al cual nos hemos referido varias veces aquí llaman a nuestras conciencias. Y aunque son apenas del año pasado, ya no reflejan la realidad. La hiperinflación desatada y que no está recogida allí, pues aunque ya teníamos la mayor inflación del mundo, no era ni la sombra de esto, porque los precios de todo suben de un día para otro y el valor de la moneda con que nos pagan se vuelve nada. Cualquier cuidador de carros afuera de un mercado o una panadería pide algo de comer en vez de plata. El sábado pasado en un centro comercial vi a un niño raspando restos de dulce de los cartones que sacaba del dispositivo para desperdicios en un negocio de churros.
Si bien los que más sufren están en el extremo más vulnerable de la sociedad, los niños de las familias más pobres, también sabemos que nadie escapa a la crisis. Ni el empresario que debe rehacer a diario estrategias de supervivencia para su negocio, ni el trabajador con empleo al que el salario no le alcanza para nada, ni el padre o la madre que deben alimentar, vestir, mantener sanos a los hijos para que vayan a la escuela. Cunden el pesimismo y las ganas de irse.
Cambiar el gobierno responsable de la crisis por uno capaz y creíble es imprescindible. Mediante una elección de verdad, no simulacro para que todo siga igual. Es decir, peor.