Algunos elementos opuestos a la dictadura venezolana se están copiando ciertos rasgos negativos de la diáspora cubana de hace medio siglo. Uno de aquellos grandes errores fue depender excesivamente de la comunidad internacional para la solución de un problema fundamentalmente interno.
Que la sociedad cubana – con su historia de múltiples y decisivas intervenciones externas – haya caído en esa trampa allá por 1960 es altamente comprensible. Pero su fatal resultado está a la vista de todos.
Cuba fue canjeada en 1962 por intereses geopolíticos globales, y hasta el sol de hoy ningún factor foráneo ha podido cambiar su triste destino. En este mundo cruel las naciones obran exclusivamente en base a sus intereses reales, y en ese juego el caso de Venezuela no ha constituido prioridad.
El tibio resultado de la reciente Cumbre de las Américas nos muestra que -pese a las elucubraciones y tramoyas mentales de algunos – el tinglado internacional no se mueve al compás de las aspiraciones de un pueblo oprimido, sino al ritmo de los intereses de quienes dirigen cada una de las naciones que lo integran.
Quienes apostaron al presunto liderazgo del presidente Trump se quedaron con los crespos hechos cuando éste con mucha razón concentró su atención en el Medio Oriente y dio la espalda a la tan anticipada reunión … o por consideraciones menos edificantes lo hizo por atender sus crecientes problemas legales.
El problema de ambas partes de la contienda venezolana es que, pese a sus cuantiosas reservas petroleras, Venezuela no es el ombligo del mundo y su influencia internacional está hoy claramente delimitada por la insuficiencia de fondos con qué comprar aliados en el exterior.
Ningún ejemplo encarna mejor la volatilidad de las alianzas internacionales de ambas partes del conflicto venezolano que el vertiginoso tránsito de Juan Manuel Santos de ser “mejor amigo” a “enemigo implacable” del narco-régimen entronizado.
Sin subestimar la enorme importancia de la presión internacional sobre la tiranía que hoy azota al pueblo venezolano, es absurdo pensar que ella –por si sola – vaya a generar un cambio radical en este país.
El detonante decisivo para el iniciar el rescate de Venezuela tiene que venir desde adentro; y quienes se esperen acciones externas más allá de lo gestual y declarativo, o de medidas adicionales que le recorten aún más el oxígeno económico a la dictadura, corren el riesgo de quedar como aquellos infelices que viven de ilusiones y mueren de desengaño. Al final, este rollo no puede resolverse sino a Dios rogando, y con el mazo dando.