El voto es lo más sagrado en un Estado democrático, el sufragio popular apegado a la constitución es la más elevada sacritud, la única vía para definir el destino del país. Es por ello que nuestra carta magna en su Artículo 347 proclama literal y excesivamente claro “el pueblo de Venezuela es el depositario del poder constituyente originario”, amén de ser el único quien puede convocar a una nueva constitución, a pesar que permite a otros la iniciativa, como al presidente, a la Asamblea Nacional y a una representación ciudadana, es el pueblo en mayoría (vía voto) el único quien finalmente debe convocarla o no.
¿Por qué debe ser así? Porque aprovechando los recursos e instituciones públicas (entre ellas, sus armas) cualquier gobernante pudiera forzar una nueva constitución unilateralmente a fin de diseñar un Estado a beneplácito de él, de sus élites. Ahora, desde la perspectiva democrática, así los países nórdicos nos lo han enseñado, los gobernantes deben ser asumidos como lo que son: empleados públicos temerosos de la ecuación valorativa popular del castigo-premio, en consecuencia, el voto es la herramienta ideal para que en democracia sean los pueblos quienes decidan premiar con mandatos a los gobernantes o castigarlos, revocándolos, destituyéndolos o simplemente no eligiéndolos como represalia a la mediocridad, al manejo indebido de recursos públicos o simplemente porque su oferta electoral no convence ¡Eso es voto democrático!
Cuando el voto pierde legitimidad y legalidad a través de la partidización de las instituciones públicas, incluso, de las que tienen a su resguardo la competencia electoral, la democracia es un triste cascarón vacío, una etiqueta superflua, un malintencionado espejismo de élites gubernamentales que solo buscan perpetuarse en el poder a cualquier precio. Podemos evidenciar esta tipología de gobiernos cuando la alimentación y demás necesidades básicas como salud, vivienda y educación son condicionadas a un carnet, a una militancia partidista, mientras las libertades/derechos son cada vez más racionados, controlados, disminuidos. El voto libre, universal, directo, secreto, por encima de todo, bajo la supremacía de la ley, en concordancia con lo que desean las mayorías, es la herramienta que más temen las tiranías.
El voto funcional al pueblo debe reunir las características anteriormente señaladas, de otro modo, son pantomimas, falsas obras teatreras. Abundan dictaduras que regularmente realizan procesos electorales pero los prefabrican, imponen candidatos, electores, resultados, apresan o inhabilitan líderes opositores y partidos para no correr riesgos, prácticamente, convierten esos procesos en elecciones de segundo grado totalmente predecibles, estos procesos, bajo ningún concepto, son democráticos.
Chávez no disimuló el uso y abuso de los recursos e instituciones del Estado para sus fines electorales (así lo confesó Giordani) a pesar de ello, en 2012 ganó con poco margen considerando su inconmensurable ventajismo. En 2013 Maduro con misma fórmula ganó por tan solo 226 mil votos ¿Qué habría pasado sí Chávez 2012 ni Maduro 2013 se hubiesen aprovechado de los recursos e instituciones públicas en sus respectivas presidenciales? Es una elucubración, pero todo indica el chavismo hace rato habría pasado a la historia ¡a través del voto!
En 2015 se agarró desprevenido al gobierno, no estaba preparado para afrontar una participación masiva de votantes, viéndose obligado aceptar su derrota en las parlamentarias. A partir de allí, se inmunizó contra este tipo de participaciones, inhabilitó el poder público que perdió, evitó ilegalmente el revocatorio para posteriormente instalar una presunta constituyente con la que ha hecho de los procesos jurídicos, políticos y sociales de la nación faenas del Psuv. Ante esta realidad nos preguntamos ¿Vale la pena seguir votando cuando el voto ha perdido su legalidad, su legitimidad, su esencia castigo-premio? Hoy los que votan mayoritariamente lo hacen presionados por el régimen, por temor a perder empleos o las dádivas que reciben en la peor crisis económica/social de nuestra historia. Así, las instituciones secuestradas por el partido del gobierno conducen lo electoral, se burlan de la decisión del pueblo, es la voluntad e interés del Psuv la que finalmente se impone en la conducción de lo público y privado… tanto, que ni la comunidad internacional avala a quienes resultan electos, o más bien ¡Impuestos!
Hoy el voto en Venezuela no es un deber, mucho menos un derecho, lo convirtieron en una adicción al continuismo, una adicción a la pobreza mental, al conformismo, a aceptar racionamientos, controles y condicionantes a nuestras garantías constitucionales, una adicción a la militarización de lo civil, a la violencia institucionalizada, a la opacidad en el manejo de los recursos públicos, una adicción a desatender lo que realmente es necesario para el pueblo ¡una adicción a la sobrevivencia indigna! Para superar este oscurantismo se necesita unión entre los venezolanos, un liderazgo político cónsono con lo que el pueblo quiere y una comunidad internacional atenta a lo que aquí ocurre.