#OPINIÓN Sospechoso vacío

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De versar sobre la política, convengamos en un oficio y una vocación muy particular. Cuenta con una naturaleza, características y alcances propios.

La elemental premisa, nos remite al campo de las convicciones y experiencias que también la explican, en determinadas circunstancias y condiciones históricas. Y, como ocurre en cualesquiera ámbitos de la vida social, ella incurre en aciertos y fallas, algunas garrafales y otras trágicas.

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La política como actividad del hacer y del pensar, ciertamente, comprometidos, no monopoliza los yerros, defectos y todas las patologías universales, según la creencia generalizada. Ocurre que, obvio, determinante en el destino compartido, sus quehaceres son o deben ser extremadamente visibles. No obstante, quienes tenemos inquietudes y responsabilidades políticas, sabiéndolas nada exclusivos del ámbito, reparamos en sendos retrocesos del modo de hacer las cosas, lo cual nos remite – en propiedad – a un retroceso de la cultura política promedio, un dato tan fundamental e inherente al régimen, el mismo régimen de todo el siglo XXI.

En anteriores ocasiones, hemos apuntado a las decisiones muy escasamente colegiadas que toman los partidos en general, aunque Vente Venezuela ha celebrado con una contrastante puntualidad sus sesiones semanales de dirección y con regularidad ha convocado sus instancias federales, siendo la excepción que confirma la regla. Ahora, deseamos enunciar dos hechos que urgen de una más serena consideración de la sociología política, sobre la experiencia (y trayectoria) política y la pulverización de la tecnocracia.

Generalizando ambos casos, de un lado, aunque el talento natural para la negociación política produzca un milagro, sentimos que aquellos que jamás lograron acordarse en fórmulas candidaturales para un centro de estudiantes, en un liceo o en una universidad, con lo que implica la tarea por siempre compleja de acordarse, mal pueden – hoy – afrontar negociaciones sobradamente más complejas, peligrosas y concluyentes, con una dictadura aviesa, sobre todo cuando, igualmente, se tiene rabo de paja, según la sabia sentencia popular.

Y, sin que esto suponga una inmediata descalificación personal, el dirigente que da sus pasos en instancias muchos más elevadas de las que alguna vez se imaginó, por azar o por el estímulo de los propios intereses del régimen para tenerlo como interlocutor, procurará aprender la tarea en el desarrollo de la tarea misma, o – simplemente – pirateará, corriendo el resto de la humanidad las nefastas consecuencias del fracaso.

Del otro, en sí misma, la tecnocracia no constituye una maldición, si es capaz de complementar – debida y adecuadamente – el esfuerzo político, insustituible e indelegable, ya que requerimos de un cuadro de especialistas y de especialidades con el que, de un modo u otro, alguna vez contamos en Venezuela. Fácil de constatarlo, derrotada la tecnocracia petrolera por esta dictadura, a favor de una tecnocracia militar, en todos esos años, cuyo trabajo es otro, ya no tenemos siquiera la tecnocracia necesaria.

Atravesando una dura e inédita etapa histórica, la reconstrucción de la política que no puede ser otra que la democrática, sugiere reivindicar el oficio y también hacerlo con las especialidades. Hay asomos de un importante relevo que, independientemente de la edad, tiene las limpias convicciones y maceradas capacidades para asumir el desafío de la transición, capaz de llenar el vacío del que tanto sospechamos.

Situación parecida, mas no exacta, por su peculiaridad y resolución, fue la de 1936, con el quiebre histórico que definitivamente trajo la muerte de Gómez, ya que, López Contreras tuvo que apelar a la magnífica reserva de funcionarios que se desempeñaron en el exterior, fueron relegados dentro del país aun coincidiendo con el régimen e, incluso, le eran distantes, acabados por el marcado nepotismo del antecesor. Y, desmantelada y literalmente desaparecida la oposición, ésta la ejercieron las generaciones más recientes que aprendió o supo aprender de una difícil faena, con el respaldo de una sólida intelectualidad, anunciando la buena nueva de entonces para hacer suya la historia.

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