En estos tiempos que vivimos en Venezuela es importante no perder la esperanza y hoy, mis apreciados amigos de EL IMPULSO en la web, quiero hablarles de eso.
La Cárcel Mamertina también llamada el Tullianum, era una prisión ubicada en el foro romano en la Antigua Roma. Exactamente en la ladera noreste del monte Capitolino. Se cuenta que dicha cárcel era sumamente húmeda y cuando llovía el agua anegaba aquel espantoso lugar. Dicen también, que cerca de ella se encontraba el cadalso, donde decapitaban a los condenados y al caer la hoja de la cuchilla sobre el cuello de la víctima y la cabeza en el cesto, se oía claramente en el cuarto de reclusión donde tenían al reo condenado a muerte.
Allí se encontraba el apóstol Pablo. Lo Imaginamos en medio de aquel lóbrego ambiente, meditando por el destino que futuramente estaba ante sus ojos. Por ello escribió. «Porque yo ya estoy para ser ofrecido, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida». 2Tim. 4: 6-8.
Lo más interesante de esta carta que escribe a su discípulo Timoteo, es que no vemos ni una sola queja a pesar de la situación que estaba afrontando, como sucede hoy con tantos cristianos que se precian de seguir a Jesús, que cualquier eventualidad que les afecta socialmente, los vuelve quejones, llorones y criticones. Tampoco se nota en sus palabras miedo, angustia o desesperación. Sino todo lo contrario. Pablo, en medio de tan triste situación no tiene tiempo para deprimirse. No se ocupa de estarse lamentando del tirano de turno, como pudiera estar sucediendo con cualquiera de nosotros. No se ocupa de culpar a las autoridades políticas y religiosas de ese entonces.
Pablo, está mayormente ocupado en la predicación del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Por ello, desde la oscuridad más profunda de esa cárcel, escribe a su amado discípulo y a nosotros los cristianos de hoy lo siguiente. “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” 2Tim.4:1,2. ¿Tremendo no?
A este verdadero cristiano solo le preocupaba que se predicara con fuerza, firmeza y entusiasmo el Evangelio de Salvación. No había y no hay tiempo para perder tiempo en lamentaciones, en disputas eclesiásticas o políticas. A “tiempo y fuera de tiempo”. De boca, por mensajes de textos, de persona a persona, por las redes sociales, la tv, la radio, la prensa y cuanto medio está a nuestro alcance. Ese fue el legado que nos dejó. Estaba muy seguro que los malos, los crueles y corruptos gobernantes les llegaría su hora. “Tales son las palabras con que «Pablo el anciano», «prisionero de Cristo Jesús», escribiendo desde su cárcel de Roma, se esforzó por presentar a sus hermanos, aquello para cuya presentación plena el lenguaje le resultaba inadecuado: «las inescrutables riquezas de Cristo», el tesoro de la gracia que se ofrecía sin costo a los caídos hijos de los hombres”: Libro Exaltad a Jesús. Elena de White. Amigos, todo este cuadro presentado por el apóstol, solo demuestra el poder la esperanza. ¡Hasta la semana que viene por la web! ¡Dios mediante!
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