Acaba de fallecer a los 76 años un hombre extraordinario, no solo por su lucidez intelectual en el campo de la astrofísica y por sus muy originales frases, sino por haber sobrellevado durante muchos años una enfermedad paralizante que lo confina a una silla de ruedas y que le hizo perder la voz.
Las dificultades más insólitas, así como las ideas fijas parece que persiguen a los genios. Hace algunas décadas se dio a conocer con un libro de divulgación científica que se vendió por millones: La historia del tiempo. Del Big Bang a los agujeros negros, que leímos con verdadera pasión y entusiasmo. De allí tomé una idea que utilicé en mi tesis doctoral sobre la mentalidad religiosa en Carora: no colocar ninguna fórmula matemática, pues ello reduciría muchísimo la cantidad de mis lectores.
El universo a sus pies
Como divulgador de la ciencia se le puede parangonar al también cosmólogo Carl Sagan y al paleontólogo Stephen Jay Gould. Los tres han tenido una capacidad pocas veces vista para divulgar entre la gente común los aspectos más recónditos y difíciles de la ciencia natural, así como sus inevitables consecuencias éticas, morales y filosóficas. Recuerdo que fue un suceso global la aparición de aquel libro allá en la década de los 80 y que me fue enviado cordialmente desde Caracas a Carora por uno de mis más inteligentes discípulos: Dennis Pérez.
A este sabio británico nacido en 1942 le debemos una mejor comprensión de cómo fueron les primeros segundos del Universo, los agujeros negros que no son tan negros y los agujeros de gusano, y su recomendación de que la humanidad debe abandonar la Tierra antes de que un desastre ecológico ocasionado por nosotros mismos nos alcance, es por todos conocida. Pero lo que atraía de Hawking eran sus mordaces y afinadas críticas a la estupidez humana.
En ese propósito se parecía bastante al físico alemán Albert Einstein. Era rotundamente ateo y decía que Dios era un ser muy aburrido ya que no tenía nada qué descubrir. Pero en esto no coincidía con Einstein, quien a propósito de la mecánica cuántica de Heinsenberg decía “Dios no juega a los dados.” A ello se agrega otra descreída afirmación: somos los humanos una especie de monos más o menos evolucionados que exploramos el Universo. Se burlaba de los llamados “filósofos de la ciencia”, Karl Popper incluido, de quienes decía que estaban sumamente atrasados en sus teorías, las que se podrían remontar a los años 30 del siglo que quedó atrás, y que en consecuencia no podían comprender sus ideas como la de la flecha del tiempo, los agujeros de gusano y los viajes en el tiempo.
Desarrollo de la cosmología
Las islas británicas han dado hombres de mucho talento: Newton, Darwin y Francis Crick, pero pocos recuerdan al iniciador de esa tradición empírica que condujo a la revolución científica del siglo XVII, a la revolución industrial del siglo XVIII y el desarrollo en el presente de los viajes al espacio y de la inteligencia artificial: el filósofo David Hume (1711-1776). Esa es la tradición de pensamiento instalada en sus universidades e institutos de investigación avanzada que nos explica la manera en que la “Pérfida Albión” haya sido el lugar de nacimiento de Faraday, Dalton, Thompson, Alan Turing, Russell y el propio Hawking.
Mientras redacto estas líneas no puedo menos que pensar en el desarrollo de la cosmología entre nosotros, habitantes de la cultura en habla castellana y que no conoció la revolución científica del siglo XVII, el eminente avance logrado por otro de mis discípulos en el Liceo Egidio Montesinos, el brillante astrofísico de la Universidad de Los Andes Carlos Leal, quien descubre un meteorito de regular tamaño y a quien bautiza con el nombre de Carora.
Y ya para finalizar estas líneas recuerdo al pensador Georges Steiner quien se preguntaba cómo eran las relaciones sexuales entre los sordomudos y otras personas con las ahora llamadas discapacidades. Me sobrecoge pensar que esta pregunta se le puede aplicar al genial hombre que acaba de dejar la vida terrenal allá en Londres el 14 de marzo de 2018, pues tuvo dos matrimonios y deja descendencia. ¡Un excéntrico parapléjico con vida sexual!