#OPINIÓN La necesidad de concordia

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El mundo tiene necesidad de concordia, que es lo que nos hace realmente crecer humanamente, mientras que si sembramos discordia, nos destruimos a nosotros mismos. O sea, como dice la sabiduría popular, vive y deja vivir. Tal vez sea el primer paso para el sosiego, caminar hacia adelante siempre, y en ese andar, hacerlo en remanso y donándose, pues hasta el agua estancada es la primera que se corrompe. Por ello, es necesario un cambio de atmosferas interiores en cada uno de los moradores de las diversas culturas, si en verdad queremos un planeta feliz para poder marchar gozosos y confluir armónicamente. El afán consumista nos lleva a esa ansiedad de querer acapararlo todo, y a no disfrutar de lo que justamente nos trasciende, como puede ser disfrutar de la naturaleza o compartir los domingos con la familia. Quizás tengamos, en consecuencia, que reparar la siembra de oscuridades y apelar a otros lenguajes más del alma que del cuerpo; no en vano, la mayor fuente de sufrimiento es la enfermedad mental. Es público y notorio que la prevalencia de los trastornos mentales continúa aumentando, como indican los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), causando efectos considerables en la fortaleza de las personas y graves consecuencias a nivel socioeconómico y en el ámbito de los derechos humanos en todos los países.

Sin duda, el ser humano necesita estar a gusto consigo mismo, respetando al que piensa distinto. Lo fundamental radica en cobijar espacios amplios donde todos tengamos cabida. Lo negativo hay que olvidarlo siempre, más pronto que tarde. Y en este sentido, el trabajo también es un factor importante que afecta a la realización de la persona. A los jóvenes hay que ayudarles a conseguir empleo. Si faltan oportunidades pueden caer en la droga. Hemos de reconocer, por tanto, que este galopante desempleo que sufren algunos países, junto a los persistentes déficits de empleos decentes, francamente nos deja sin aliento, totalmente decaídos y desilusionados, máxime cuando los informes de referencia de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) muestran unos niveles verdaderamente escandalosos en muchas regiones del mundo. Menos mal que nos esperanza un poco que, en 2015, las Naciones Unidas lanzaran los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible. Desde luego, la labor es meritoria, pretenden poner fin a la pobreza, reducir la desigualdad y proteger nuestro planeta, tres aspectos primordiales que contribuyen a garantizar, tanto el bienestar de todos, como la placidez de uno mismo.

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Lo que en realidad nos da paz, no es tanto el crecimiento económico y el aumento de ingresos, sino el sentirnos arropados y queridos unos por otros; de ahí, la necesidad de una mayor concordia entre todos, para poder de desterrar, de nuestro próximo futuro, cualquier aire discriminatorio o de exclusión social. En efecto, los mismos gobiernos han de comenzar a repensar en la creación de entornos propicios para mejorar la satisfacción de las personas. A mi juicio, será fundamental que se armonicen acuerdos y se prioricen planes de políticas públicas encaminadas a mejorar la calidad de vida de todos individuos. Con buen criterio, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) considera que la inclusión social, la equidad, el trabajo y la educación son especialmente importantes para esa dicha que todos nos merecemos. Por desgracia, estamos viviendo en una época de muchas contiendas. Al respecto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha vuelto a pedir que cesen los ataques contra hospitales y personal médico y que permitan el acceso a las poblaciones sitiadas. Solo en lo que va de año, ha habido sesenta y siete ataques contra centros médicos. Son más que la mitad de todos los que hubo en 2017. Qué pena y cuánto dolor desparramado inútilmente. Algo de veras estúpido. Cuesta entenderlo. Ojalá aprendiéramos de nuestra propia historia humana. Otro amanecer tendríamos.

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