Ya explicaran los historiadores y antropólogos como de ser un país con índices de desarrollo importantes, ubicado como una de las repúblicas emergentes dentro del tercer mundo, caímos en un foso civilizatorio espeluznante donde la Economía está hecha añicos, el crimen y la inseguridad es un negocio de policías y militares, la familia presidencial está acusada de amparar el narcotráfico, en las cárceles hay canibalismo, en las calles miles de venezolanos comen de la basura y en los países vecinos donde han emigrado muchos compatriotas nos tratan como pordioseros indeseable.
Pero ahora, en estos momentos toca es luchar. Estamos en mitad de una tormenta y las inclemencias del tiempo parecen haber borrado todos los caminos conocidos y posibles, por ello no sabemos qué hacer y hacia donde caminar. Los líderes que prometen soluciones están enfrascados en polémicas y descalificaciones mutuas. Frente a este escenario lóbrego acudamos a la raíz de nuestras esencias ciudadanas, a los principios espirituales que han sido los pilares del sistema democrático como plataforma de convivencia, justicia y solidaridad humana.
Las Democracias Occidentales se estructuran sobre una plataforma legal donde confluye lo más elaborado del pensamiento positivo junto al sentimiento de tolerancia y piedad que introduce el Cristianismo a través del Derecho de Gentes. De esta manera quienes vivimos en el marco de Constituciones que tienen su raíz en el Derecho Romano somos herederos de unos paradigmas morales que tienen su centro en una justicia basada en la traNsparencia de las relaciones entre el Estado y los ciudadanos para así poder garantizar el Dominio de la Ley frente a cualquier tentación personalista de quienes ostenten el Poder.
Cuando existe flagrancia en el incumplimiento de los deberes que la Ley le exige a los gobernantes el derecho de los ciudadanos queda en la práctica anulado y si a esto agregamos que se borran del menú oficial el conjunto de principios éticos, donde los inspirados en la religión son ineludiblemente cotidianos, tenemos como resultado una sociedad colapsada donde priva la ley del más fuerte, dejando a las mayorías excluidas de toda protección legal.
Por eso la violencia y la muerte en nuestro país es un drama endémico que genera tantas o más bajas que una guerra civil, por ello el llanto y la impotencia de madres viudas y huérfanos no logra traspasar lo noticioso porque para los gobernantes la inseguridad es un complot mediático que forma parte de una estrategia internacional que pretende acabar el vuelo humanista de la revolución.
De alguna manera estamos frente a un pelotón de fusilamiento donde se nos apunta con crueldad simplemente por no aceptar al demonio del comunismo como una religión infalible que a pesar del hambre y las muertes que ha causado, según los gobernantes es el único destino posible para Venezuela.
Nuestra respuesta, la respuesta mayoritaria del pueblo venezolano ha sido decirle no a Satanás y a su comunismo despiadado y asesino. Estamos en una etapa de resistencia, con todo y sus estratagemas políticas el gobierno no ha avanzado ni un milímetro en convencer a nadie que el comunismo es bueno para el país. Ahora, nos toca pasar de la resistencia pasiva a una acción más contundente. Oremos, pidamos protección a Cristo Redentor y a levantarse.