La expresión fantástica de la literatura medioeval se manifiesta en la novela de caballería El Amadís de Gaula. Muy difundida en España, fue de lectura popular tanto de las testas graves como del común de la gente que en torno a alguien que supiera leer se reunían para escuchar la lectura en voz alta.
El Amadís de Gaula ocupa todo un ciclo de la cultura europea y en particular de la cultura española. Los lectores y oyentes de esta obra anónima están presentes desde el siglo XIV hasta el siglo XVI, siglo este último en el cual se publica la obra de Miguel de Cervantes: “El Ingenioso Hidalgo don Quijote de La Mancha,”con la cual se cierra el ciclo de las novelas de caballería. El propósito de esta obra de Cervantes estuvo bien claro: acabar con las novelas fantasiosas y mentirosas de las obras de caballería.
Paradójicamente, El quijote sirvió al propósito de su autor. Pero no sólo desaparecieron las novelas de caballería, sino que siendo El Quijote una obra de caballería, se ha eternizado en el transcurrir del tiempo y hoy, en pleno siglo XXI, El ingenioso Hidalgo es la obra más leída en todo el orbe. Y pasaran los siglos y la obra de Cervantes, como la Biblia, seguirá siendo leída debido a su vigente actualidad. La caballería fue una actividad legalmente reglamentada de la cultura medieval, pero Miguel de Cervantes que la conoció ampliamente, entrega ese conocimiento en la versión de esos dos célebres personajes de el Quijote y Sancho. El Quijote en su maniática locura de otorgarle veracidad a todo lo que narra la novela de caballería, y Sancho, cegado en su simpleza discursiva como escudero al servicio del caballero de la triste figura.
En el prólogo de la primera parte, Cervantes nos dice: “Pero yo, que aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote.” Es su anticipación para dar cabida en el desarrollo de la obra, a un tal Cide Hamete Benengeli, autor arábigo. Y la autoría queda confirmada cuando se le agota el material que utilizaba como fuente para escribir.
Coincidencialmente, la escritura no llegó hasta allí, pues todo cuanto necesitaba para continuar lo obtuvo de un muchacho que llegó a vender a un negocio de la calle de Alcana, en Toledo, un legajo de papeles relacionados con la supuesta obra del autor árabe, que trataba justamente del Quijote de la Mancha. De aquí en adelante, Cervantes continua su escritura, pero ya como transcriptor de la obra de Benengeli. Es una de las tantas técnicas intelectuales aplicada por Cervantes en la redacción
del Quijote.