Las élites políticas son definidas como aquellas capas de la sociedad a cuyos integrantes les corresponde bien sea manejar las funciones propias de la lucha por el poder o de aquellas actividades de conducción del Estados y sus instituciones. Están articuladas con los intereses de las clases sociales, pero tienen su propia especificidad, autonomía.
Le corresponde a las élites dirigir a la sociedad en esos ámbitos particulares. Y esta actividad la pueden hacer de manera apropiada y eficiente, o al contrario, de modo ineficiente y disfuncional. Y, precisamente, estas dos palabras, ineficiente e disfuncional, caracterizan a las élites venezolanas. Le han fallado al país, cada una a su manera, la élite del Gobierno, por razones que ya se conocen, y la élite de la oposición, por las circunstancias que veremos a continuación.
La élite que había conducido al país durante décadas entró en crisis a finales del siglo pasado al no haber sabido reformular el modelo económico y político del agotado rentismo petrolero. Del mismo modo, las nuevas generaciones han fallado en los últimos años de manera asombrosa, no solamente porque no han recreado un proyecto de crecimiento económico con sustentabilidad social, sino porque han desperdiciado las posibilidades que han tenido a la mano de adaptarse a las nuevas condiciones.
Para algunos autores, el poder de las élites venezolanas ha estado marcado por la economía. Los amos del valle, en los tiempos del predominio del cacao. Los llaneros, cuando el ganado fue la base de la riqueza exportadora. Luego el café y el ascenso de los andinos al poder. Más tarde el petróleo, con la sucesión que va del gomecismo, Pérez Jiménez hasta los partidos de la democracia. Agotado el ciclo, las nuevas élites parecen desfallecer.
Ciertamente, una nueva élite, en el surco de las anteriores, pero más joven, se ha formado y a lo largo de cuatro lustros ha logrado acumular la fuerza suficiente para ascender al Poder Ejecutivo, pero ha sido incapaz de concretar ese ascenso. Una seguidilla de errores ha marcado su recorrido. Tal vez fatalidad o infortunio. Hasta hace escasos meses disponían de los votos suficientes para vencer. Pero ya hoy no los tienen a la mano, no son una carta de negociación porque no puede movilizarlos.
¿Las razones? Hay quienes apuntan a las divisiones internas, otros a la inmadurez. Otros señalan hacia las estrategias erráticas –las repetidas “salidas”— adelantadas sin siquiera contar con el poder de fuego necesario. En todo caso, sea cual sea la explicación, su papel como élite es muy débil. A estas alturas, el pulso político no se libra entre el Gobierno y la Mesa de la Unidad, sino entre gobierno venezolano y factores externos, que tienen en sus manos el instrumento de las sanciones. Así que, a diferencia de los tiempos del cacao, del café, del ganado y hasta de la anterior etapa del rentismo petrolero, los tiempos actuales nos encuentran sin una prolongación de la élite tradicional.