Como el avestruz

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Dicen eso, no me consta porque nunca he visto un avestruz en persona, personas que hacen como dicen que hace él, sí. Porque es fama que el desgarbado animal, cuando ve el peligro o el disgusto, mete la cabeza en tierra, simplemente no quiere saber y filosóficamente se dice, ojos que no ven corazón que no siente… como no sea el porrazo por andar por el mundo con los ojos cerrados.

Comprendo muy bien que hoy en nuestro país muchos querríamos hacer como el avestruz, porque todos los caminos parecen cerrados para salir de este laberinto del diablo. No hay reacción, no hay protestas, la gente hace colas como corderitos para conseguir un kilo de algo, se muere a mengua o a violencia y ni siquiera hay ataúdes para enterrarla, ¿Dónde estamos? En el mar de los Sargazos que es lo mismo que no saber el dónde, tal vez ya no seamos sino un mito, una leyenda. Venezuela fue.

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Los que creíamos en el voto ya dejamos de creer. No vamos a votar en esa caricatura de elecciones, amañadas desde su raíz por a destiempo, por un árbitro electoral corrupto e ilegítimo, por candidatos –si los hay- de fantasía, vendidos, para hacerle el juego a los demonios del régimen espurio. Dan náuseas. ¿Qué otra salida hay? ¿La rebelión armada? ¿Con quiénes? ¿Con estas fuerzas militares sin calzones? Porque estas prendas masculinas las convirtieron en puros bolsillos. ¿Con la ayuda internacional?
¿Cómo? ¿Con intervención? ¡Yo te aviso! ¿Qué país -o países- va a querer meterse en ese berenjenal? Apoyo moral, sí mucho, que venga, es aquí donde hay que actuar, pero… estamos sufriendo el síndrome del avestruz. También el de los tres famosos monitos: no ver, no oír, no hablar.

Bueno, tal vez hablamos… o escribimos, pero no basta. Vivimos, sí. No tan placida y cómodamente como antaño, ahora hay que ingeniárselas para comer, pero algunos todavía comemos. Y también no curamos, lo viajeros nos traen medicinas y, por ende, hay quien viaja… y regresa, que es lo raro.
Se celebran bodas, bautizos, primeras comuniones y cumpleaños, con una cierta pompa si se quiere, no la de antes, esa queda, estrambótica y cursi, para los personeros de régimen. Vamos al cine, al teatro. Yo no, actué en teatro y la entrada costaba Bs 10, ¡no voy a pagar ahora Bs 80.000 por ver las pantomimas de mis colegas! No me da nota, me sale del alma y mucho menos del bolsillo.

Quiero decir que más o menos, unos cuantos -que no la mayoría- hacemos vida normal. Nos comportamos como el avestruz. Cuando por ahí nos reunimos, nos basta con quejarnos de la escasez, los precios altos, lo que cuesta conseguir leche, azúcar, harina… Antes era conversación de amas de casa, hoy no, hoy es tema general, nacional, no me atrevo a decir que universal. Ellos y ellas se embarcan en animada disertación al respecto, yo incluida. De repente, se cae en algo serio, trascendente: ¡la inflación! ¡Pero ninguno es capaz de desinflar nada!

No me gusta terminar así, con tanto desaliento. Celebremos lo positivo, lo esperanzador: ¡la criptomoneda, el petro! Suena a tira cómica, a Superman. Sólo lo dominan si lo hiere con criptonita, fragmento de la desintegración de su planeta natal, Criptón. Sin embargo, el superhéroe siempre se repone y vence. Así, superará cualquier mordedura del criptomaduro. ¡Él viene a salvarnos!

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