Nuestro país se ha vuelto contradictorio. En Venezuela vivimos las emociones mayores y las tristezas más profundas. Las rabias más intensas y las alegrías más desbordantes. Y el desaliento absoluto, que siempre desaparece ante actos sublimes y esperanzadores.
Esta mañana venía manejando por Caracas cuando vi a una señora caminando por la acera. Se veía desorientada. Llevaba sus manos unidas en actitud de rezo, estaba despeinada y desaliñada. Usaba un pantalón amarillo de rayas negras muy usado y unos zapatos deportivos. Tenía un sombrero raído de color azul y una franela con la bandera de Venezuela.
Me conmovió. Como llevaba la bandera puesta, se me ocurrió que era como una metáfora de lo que se nos ha convertido el país: confuso, desamparado, abandonado… Desaceleré, pero los autos que venían detrás de mí me tocaron la corneta. La histeria típica de un país donde todo molesta, porque nada funciona. Seguí mi camino, pero en una redoma que encontré más adelante, me devolví. Encontré a la señora algo más arriba de donde la había visto la primera vez, aferrada a la reja de una casa. Bajé el vidrio y le pregunté si necesitaba ayuda. Se volteó muy lentamente. Pensé que tal vez tenía algún tipo de demencia y estaba perdida. Pero no. Me respondió con suavidad que no necesitaba ayuda y me dio las gracias. “Estoy caminandito por aquí”, me dijo. “¿Y después se va para su casa?”, inquirí. “Sí, voy para mi casa”. La vi tan frágil que insistí “¿está segura de que sabe para dónde va?”.
Ella me miró de frente y su actitud cambió. Ya no se veía despistada, ni confundida. “Sí, yo sé para dónde voy… ¿y tú?”…
La comparación con Venezuela se me hizo más intensa y más obvia. Me sentí feliz de haberme devuelto y haber tenido aquella pequeña conversación. Porque esa Venezuela en apariencia débil, aturdida y ofuscada, sabía para dónde iba. Estaba fuerte, aunque externamente pareciera lo contrario.
Así lo hará nuestra patria… aquí estamos, como la señora, caminandito. Con nuestra bandera tricolor, nuestra gorra raída y nuestro pantalón de rayas. Fuertes porque sabemos para dónde vamos, porque tenemos reserva intelectual, reserva física, reserva moral. Quieren desmoralizarnos, pero no lo lograrán. El espíritu del país que se niega a morir palpita en cada uno de los ciudadanos de bien.