#ESPECIAL: “Gracias, estamos en la dieta Maduro”

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En Venezuela la habilidad de asombro se ha perdido. La tragedia política no tiene tregua, pasó a ser sustantivo. El hambre es lo único gratis o regulado y se lleva a domicilio. No hay tema de conversación donde las palabras hambres, dieta y Maduro no digan presente. La vida está corriendo a kilómetro por hora y no hay alimento que la haga coger pausa.

En la calle, en el trabajo, en la misa, en la reunión del vecino, en la esquina y el supermercado, en todas las latitudes geográficas del país se habla de la “dieta Maduro”. No solo se habla y escucha, también se mira en cada espabilar.

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Hay diferentes anécdotas que dan fe del hecho. En cada edificio, hay un contenedor de basura, en cada contenedor hay montones de basura, pero el despecho del país es que en cada montón de basura hay al menos una persona hurgando. En los semáforos ya no piden dinero, piden un pan. Lo único accesible y no escaso eran las hortalizas, pero el kg ya pasa los 40 mil bolívares.

No pesamos lo mismo que antes; no es ejercicio, no es mejor alimentación, no es cambio de estilo de vida. Son solo dos palabras y un sentimiento: ¡Hambre y escasez!

Los niveles de desnutrición son alarmantes, pero no hay con quien quejarse. La gente muriendo ya no es noticia, se está volviendo diarismo. Las personas tienen hambre y en Miraflores bailan. Los kilómetros del hambre no tienen punto de hidratación, solo penuria.

La indignación nos consume. No es nuestra culpa, tenemos 19 años aprendiendo a sufrir por dentro y a reír por fuera. Todo tiene un límite, se nos acaba el humor. Ya no hay como hacer dialogo de chiste ante la realidad. Ya miramos diferente. Miramos con hambre. En nuestros estómagos no está entrando comida, solo mentira y promesa.

Recientemente “me levante con el pie derecho”, visité una panadería y logré comprar pan; todo una hazaña en el país. Pan canilla en 15 bolívares, otro golpe de suerte. Al salir del trabajo, me tropiezo con la imagen más concurrida de hoy, un basurero. Un par de personas tentando la suerte de encontrar algo que comer, un adulto y un niño. La impresión fue dolorosa. Indignante. Desgarradora. Me acerco y les convido uno de los panes. El adulto se acerca, apenado. Entristecido. Cabizbajo. “Gracias. Estamos en la dieta Maduro”.

 

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