No creo que esa maldición del “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” tenga que ser eterna e insuperable, pues históricamente se tiende a la disminución de las horas de trabajo y a su mejora cualitativa.
Tampoco es verdad que el ocio es la madre de todos los vicios y más bien sobran evidencias de que el ocio puede ser madre de muchas virtudes. Por ejemplo, sin el ocio la oligarquía de la antigua Grecia no habría creado la filosofía ni la democracia.
El ocio puede ser un tiempo de trabajo intenso, fructífero, socialmente útil, gratificante, que no cansa más por razones biológicas que psicológicas, que no se hace por la obligación de ganar dinero, que no nos esclaviza y del cual podemos desprendernos cuando así lo queramos. Es el ocio creativo del cual siempre han hablado los filósofos, por lo menos aquellos que cantan las alegrías del vivir y están enfrentados a los promotores de la oscuridad, a los pastores y clérigos defensores del dolor como fórmula para ganar el cielo sin haber aportado una sola prueba de la existencia real de ese cielo.
Ya hay países donde se trabajan 30 horas semanales y a ritmo suave, sin que esto implique merma de la productividad, un milagro hecho realidad por la tecnología. Así, el tiempo que le resta libre al trabajador, puede utilizarlo para ocuparse de todas las otras cosas que enriquecen la vida. Es la propuesta que Marx había planteado en una utópica sociedad comunista: el trabajador en la mañana será obrero, en la tarde puede ser estudiante, artista o lo que le apetezca. Curiosamente, esta utopía la está haciendo posible no el socialismo marxista sino el capitalismo avanzado.
El inconveniente de esta reducción del tiempo de trabajo es que las personas prefieren dedicar el tiempo ganado para aumentar sus ingresos tomando otro trabajo y lo hacen, usualmente, para adquirir más productos. Creo que es, en parte, una deformación provocada por tantos años de propaganda mercantil que induce a la compra y al consumo ostentoso e irracional.
Agreguemos a ello las necesidades de prestigio que trae la exhibición de bienes ante los demás. Al que es un nuevo rico le resulta casi obligante exhibir su riqueza. Lo ayuda a sentirse poderoso, admirado, seductor, persona importante, hombre de éxito, etc. Pero con frecuencia, en estos casos se trata de personas tan pobres, pero tan pobres, que lo único que tienen es dinero y el poder asociado a la riqueza. Tienen razón los ingleses cuando afirman que un hombre puede hacerse rico en el curso de su vida, pero para llegar a ser un caballero requerirá de varias generaciones.
La riqueza existencialmente significativa no es, por lo menos, solo de dinero: riqueza cultural, que no es, por ejemplo ser dueño de una gran biblioteca, sino de haber leído y entendido libros enriquecedores; riqueza social que no es poseer una acción de un club importante, sino amigos con quienes sostener conversaciones inteligentes; riqueza comunitaria derivada de participa en actividad es de responsabilidad social, riqueza de talento y bondad para ayudar a resolver los problemas y las necesidades de otros.Riqueza estética que no es poseer obras de arte, sino saber apreciarlas. Añadamos la posibilidad de cultivar el cuerpo y la salud y la que da la riqueza de tener una familia sana en donde todos se llevan bien. Y sobre todo, de suficiente libertad para dedicarse a lo que uno quiera y le resulte gratificante, incluso si eso significa trabajar sudando la gota gorda.
Así vista, la humanidad se dirige a un estado generalizado de ocio productivo y que no estará basado en la explotación del trabajo de otros que si deben sudar la gota gorda para mantener a los ociosos. Pero, como siempre habrán trabajos considerados como muy indignos o peligrosos, serán, en compensación, muy bien pagados y con igual acceso a un abundante tiempo libre.