Sucedió mi encuentro con este extraordinario pensador y docente de manera fortuita. Ocurrió en el Liceo Egidio Montesinos de Carora cuando se me acerca su director, el profesor Simón Villegas, a ofrecerme 40 horas de psicología y filosofía de cuarto y quinto año respectivamente. No dudé ni un instante y acepte el ofrecimiento. Aquello fue una revelación y un magnifico apoyo para mi formación intelectual. Tenía yo un marcado interés por conocer estas dos magnificas y complejas aéreas del conocimiento,y que no había podido cursar durante mis estudios de pregrado en Historia en la Universidad de Los Andes.
Tomé entonces en mis manos aquellos voluminosos y densos libros de este Maestro y sentí una fuerte emoción mientras entraba en conocimiento de la filosofía griega de los presocráticos, la psicología de la gestalt, las mónadas de Leibniz, las cinco vías de Santo Tomás de Aquino, el nacimiento del psicoanálisis freudiano o el estructuralismo francés de Lévi-Strauss, entre otros muchos y variadísimos tópicos. Era todo un mundo de cosas que debí asimilar con cierta premura para atender a quince secciones de ciencias y humanidades de aquel centenario instituto de educación media. Me sentí abrumado y un vértigo me atacaba por momentos como cuando preparaba clases sobre el mito de la caverna platónico o sobre la famosa cuchilla de Occam.
Ese encuentro sucedió en 1980 y el balance de esta circunstancia inesperada cambia el rumbo, o mejor dicho, amplía y ensancha de manera desmesurada mi visión del mundo. Me hizo un historiador mejor dotado de herramientas conceptuales y de análisis. Y cuando comencé mis estudios de posgrado en 1989 con los doctores Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas, me topé con la Escuela de Anales fundada en 1929 por Marc Bloch y Lucien Fevbre, y una cuestión llamada historia de las mentalidades. En el Pedagógico de Barquisimeto entré en contacto con el pensamiento histórico y sociológico francés de Durkheim, Mauss, Halbswachs, Vilar y Fernand Braudel cuando venía de formarme de la mano con el Maestro Burk en las complejas cuestiones de la filosofía germana: Hegel, Nietzsche, Marx, Dilthey, Husserl y Heidegger. Me convertí en un germanófilo intelectualmente hablando que debió desde allí asimilar y comprender las ciencias del hombre, según la concepción francesa. Pero fue la fenomenología alemana de Husserl la que me vincula de manera exitosa con la historia de las mentalidades de la escuela analista a través de aquella fértil idea de que no es lo mismo explicar que comprender. El explicar es propio de las ciencias naturales, en tanto que el comprender se aplica a las ciencias del espíritu. Al decir ello en clases fue de sumo agrado para el doctor Brito Figueroa, quien me felicita con un fuerte abrazo.
Como es sabido, Anales hizo de las mentalidades su fortaleza desde un principio con las obras Los reyes taumaturgos de Bloch y Lutero, un destino de Fevbre. Desde allí comencé a pensar que podía hacer también historia de las mentalidades colectivas en los temas-problemas por mí escogidos: La mentalidad religiosa en Carora, el sentido de casta de los godos de Carora, y una exploración de la psicología individual del doctor Ramón Pompilio Oropeza, fundador del Colegio La Esperanza o Federal Carora en 1890. Otro tanto hice con el libro Viajeros de Indias del médico psiquiatra doctor Francisco Herrera Luque, quien aplica la fenomenología histórica a nuestra enorme carga psicopática y criminal.
Y más recientemente penetro en el pensamiento crítico-literario del larense Rafael Domingo Silva Uzcátegui, quien basado en las inaceptables ideas del criminólogo italiano Césare Lombroso y del médico judío y sionista Max Nordau, califica muy destempladamente de degenerados, viciosos, afeminados y dipsómanos a los grandes creadores de la literatura Fin de Siglo: Poe, Baudelaire, Withman, y a los latinoamericanos, poetas modernistas Rubén Darío y Leopoldo Lugones.
En los días que corren tengo la inmensa satisfacción de asesorar en su tesis doctoral sobre el Maestro Ignacio Burk al licenciado Mitchel Camacho, un inteligente docente caroreño de educación media y a quien años atrás le sugerí que tomara al Maestro germano-venezolano Ignacio Burk para sus investigaciones, y quien llega a las playas de Venezuela con los hermanos salesianos para internarse en la Guayana, luego dicta cátedra en Valera, estado Trujillo, para luego hacer brillante carrera docente en el Instituto Pedagógico Caracas en dos áreas del conocimiento en apariencia irreconciliables, esto es, la Química y la Psicología. Con ello el Maestro Ignacio Burk se ha convertido en un adelantado de lo que hogaño se llama la teoría de la complejidad, la que trata de reconciliar las humanidades con las ciencias de la naturaleza. Es el momento de recordar a este noble e inteligente educador que hizo de nuestro país su patria querida.