Muchos días, Ramón Medina no tiene otra opción que faltar al trabajo para llegar a fin de mes.
Como le ocurre a casi la mitad de los venezolanos, gana el sueldo mínimo _ el equivalente a unos tres dólares mensuales _ por lo que cada vez que en su celular suena un aviso, deja su puesto de trabajo en un hospital para poder llevar a casa una de las bolsas de comida que entrega el gobierno y de la que depende para alimentar a su familia.
Pero no es el único que pasa por problemas. En un día normal, estima que un tercio de sus compañeros del Hospital Vargas de Caracas faltan a sus puestos para acudir a un segundo empleo más lucrativo o para pasar horas en filas para comprar harina y aceite a unos precios que es imposible dejar pasar. Esto supone que pocos se quedan en el hospital para cuidar a los pacientes, dijo Medina, de 55 años.
«Se hace lo que se puede», señaló Medina sobre su empleo. «La gente se disgusta».
Además de una inflación de cuatro dígitos, escasez generalizada y una recesión peor que la de la Gran Depresión estadounidense, la economía de Venezuela se está viendo afectada ahora por un nuevo problema: un absentismo laboral significativo.
En las últimas semanas, periódicos y redes sociales se han llenado de reportes de paros en el metro de Caracas o en la petrolera estatal por la falta de trabajadores que, dada la escasez de sus salarios, no se molestan en acudir a sus puestos. Las empresas privadas se quejan de no encontrar mano de obra suficiente para cubrir la jornada laboral, lo que agrava el estancamiento en las pocas líneas de ensamblaje que siguen funcionando.
La crisis se está descontrolando en un momento en que el presidente Nicolás Maduro busca la reelección para un segundo mandato en unos comicios anticipados que sus partidarios fijaron para el 22 de abril, provocando la condena de Estados Unidos y otros países que dicen que está socavando la tradición democrática de la nación latinoamericana. Sin embargo, Maduro ha aprovechado la crisis en su favor, según analistas.
Douglas Barrios, un economista venezolano en la Universidad de Harvard, señaló que en 2012 _ antes de que el país entrara en recesión _ el salario mínimo mensual de 300 dólares estaba a la par que el de otras naciones de la región y era suficiente para pagar la renta y alimentar a una familia.
Pero esto ha cambiado drásticamente desde entonces, dijo apuntando que un trabajador tarda dos semanas en ganar lo suficiente para comprar dos libras (cerca de un kilo) de leche en polvo.
Normalmente, en estas circunstancias los votantes darían la espalda al gobierno. Pero Maduro se asegura su respaldo haciendo que dependan de los alimentos subvencionados y anunciando subidas salariales ante enérgicas audiencias en discursos emitidos a toda la nación en vivo.
«Usted nos apoya y tiene acceso a la comida», dijo Barros explicando la que considera que es la estrategia del gobierno. «Si no nos apoya, tiene piense en cómo llegar a fin de mes».
El ejecutivo ha acusado a sus rivales de librar una «guerra económica» contra Maduro y señaló las recientes sanciones del gobierno de Donald Trump que prohíben los préstamos a su país como una prueba más de sabotaje. Lejos de arrojar la toalla, el presidente anunció la ampliación de programas sociales como los paquetes de alimentos para los pobres.
«La revolución garantiza protección del pueblo, protección de la familia», tuiteó Maduro esta semana.
Jenny Mejía, de 24 años, dijo que no se deja engañar. Hace poco dejó un empleo mal pagado en un sitio de comidas para vender botes de pegamento para zapatos en una transitada calle de Caracas. Tarda alrededor de una semana en ganar el equivalente al salario mínimo mensual.
«Con Maduro más hambre está asegurada», dijo Mejía, que recibe paquetes de comida del gobierno pero asegura que no respaldará su reelección.
La lucha de las autoridades socialistas contra el absentismo laboral no es nueva. En 2001, el fallecido expresidente Hugo Chávez firmó un decreto conocido como la Ley de Inmovilidad Laboral que imposibilita que un empleador despida a un trabajador sin su consentimiento.
Pero el problema ha empeorado a medida que la economía se ha deteriorado y la distorsión de los precios se ha pronunciado. Para muchos venezolanos, la elección está entre ir a trabajar a cambio de unos centavos al día o buscar los cada vez menos productos que se venden a precios controlados para revenderlos en el mercado negro por una cantidad varias veces por encima de su valor oficial.
Caracas ya no publica estadísticas de empleo, pero trabajadores del concurrido metro de la capital estiman que algunos días pueden llegar a faltar hasta el 70% de sus compañeros. La petrolera estatal PDVSA, que es prácticamente la única fuente de divisas, está perdiendo mano de otra por los escasos sueldos y la falta de seguridad, según el economista venezolano Francisco Monaldi, experto en política energética latinoamericana en la Universidad Rice de Houston.
«Los que pueden, se van del país. Otros simplemente no se presentan a trabajar», explicó Monaldi.
Las empresas que intentan mantenerse abiertas no tienen otra opción más que ser flexibles.
En la panadería Danubio, algunos de sus 300 empleados trabajaban apretujados preparando bollos, pasteles y lasaña. Algunos contaron que el billete de autobús se come su sueldo a pesar de que ganan un 30% más que el salario mínimo.
Para muchos, las dos comidas diarias que reciben en el trabajo hacen que valga la pena.
«Venir para el trabajo es una especie de alivio», apuntó Andrew Kerese, que gestiona el exitoso negocio familiar, que cuenta con cinco locales en Caracas. «Aquí la gente desayuna y almuerza».
Sin embargo, muchos trabajadores veteranos huyeron del país y llamaron a Kerese desde el extranjero para decirle que no regresarían. A otros les cuesta llegar porque los autocares están llenos o no funcionan, o no pueden encontrar repuestos para sus autos. Algunos días se extiende la voz de que un mercado que vende harina rebajada, por lo que todo el mundo se va para ponerse a la fila.
El periplo de Antonio Golindano para ir a la panadería empieza a las 04:00. Este empleado de 71 años lleva cuatro décadas tamizando harina en el obrador. Pero las dificultades le complican la tarea a diario.
«Hago lo imposible para venir a cumplir con mi trabajo. Es una obligación venir a trabajar», dijo.