Nadie está libre de tentaciones. ¡Ni Jesucristo, pues! (Mc. 1, 12-15).Cuando Jesús fue tentado en el desierto, Él despachó de inmediato al demonio. No entró en un diálogo con el enemigo, sino que le respondió bien convencido y bien decidido.
Así debiéramos actuar nosotros. No como Adán y Eva en el Paraíso Terrenal (Gn. 3, 1-10). Recordemos que el demonio se le acerca a Eva y propone un tema de conversación: “¿Así que Dios les ha dicho que no coman de ninguno de los árboles del jardín?”.
Y la mujer, en vez de despachar a su maligno interlocutor, entabla un diálogo: “Podemos comer de los frutos de los árboles del jardín, menos del fruto del árbol que está en medio del jardín, pues Dios nos ha dicho: No coman de él ni lo toquen siquiera, porque si lo hacen morirán”. Ya cayó la mujer en la trampa del demonio que, por ser ángel caído, era mucho más inteligente que ella. ¡Y es muchísimo más inteligente que nosotros!
Entonces… si sabemos que Dios tiene algo prohibido –como Adán y Eva en el Paraíso- el entretenernos en una duda de fe, en un pensamiento equivocado o en darle rienda suelta a algún deseo inconveniente, es ya caer en la trampa del bicho ése. No nos damos cuenta, pero con eso, ya caímos en el diálogo.
Y el demonio, astutísimo como es y, además, inventor de la mentira, pasa a hacerle una proposición directa al pecado, una mentira –como siempre- pintándole un panorama maravilloso: ¡nada menos que ser como Dios! “Y dijo la serpiente a la mujer: No morirán… serán como Dios”.
El demonio suele ofrecer una felicidad o un logro proveniente de algún pecado. Y si algo nos quedara de conciencia, enseguida acota que ese pecado no importa. Que además podemos arrepentirnos y que Dios es misericordioso.
El final lo conocemos: cayó Eva e invitó a Adán a caer también. “Y tomó el fruto y lo comió y dio también de él a su marido, que también con ella comió”.
Luego viene el momento de la desilusión: ¿dónde está el maravilloso panorama que me pintó el Demonio? ¿Dónde?
Entonces… lo que hay que hace es luchar contra las tentaciones. ¿Cómo? Lo primero es la oración, el cual es el medio más importante en la lucha espiritual y la mejor forma de vigilar para no caer. “Vigilen y oren para no caer en tentación” (Mt. 26, 41). ¿Y cuando venga la tentación? Despachar al Demonio de inmediato…como hizo Jesús en el desierto.
Pero… ¿cómo se hace eso? En el momento de la tentación, también orar, y con más fuerza, pidiendo al Señor “no me dejes caer en tentación”. ¿No fue eso lo que Él mismo nos enseñó en el Padre Nuestro?
La oración impide que el demonio tome más fuerza y termina por despacharlo. “El que ora se salva y el que no ora se condena”, enseñaba San Alfonso María de Ligorio.
Nos dice el Catecismo: “Este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración” (#2849). Y sabemos que si nos ponemos del lado de Dios, tenemos todas las gracias para ganar cualquier batalla.
Y después de la tentación ¿qué? Si hemos vencido, atribuir el triunfo a Quien lo tiene: Dios, que no nos deja caer en la tentación. Agradecerle y pedirle su auxilio para futuras tentaciones. Y si hemos caído, saber que Dios nos perdona cuántas veces hayamos pecado. Pero requiere –eso sí- nuestro arrepentimiento y deseo de no pecar más. Y nos espera en el sacramento de la confesión para darnos su perdón.
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