China entra en el año del Perro sin petardos ni fuegos artificiales

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Pekín inició el viernes el Año del Perro en silencio, sin el habitual fragor de los petardos y fuegos artificiales, una vieja tradición estrictamente prohibida ahora por las autoridades en nombre de la lucha contra la contaminación.

Así, en la noche del Año Nuevo lunar, la capital china parecía una ciudad muerta.

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Sin los petardos «la magia del Año Nuevo ha desaparecido», asegura Zhu, un trabajador originario del vecino Hebei.

El contraste es obvio con los años precedentes, cuando los pequineses encendían ristras de petardos rojos en los patios de los edificios, mientras los fuegos artificiales iluminaban incesantemente el cielo, en medio de un ensordecedor fragor y nubes de espesa humareda.

Pero esta costumbre, destinada a hacer ruido para alejar a los «malos espíritus», está en la mira de las autoridades, que quieren acabar con las emisiones contaminantes durante el invierno.

Unas 440 ciudades chinas han prohibido desde el año pasado el uso de petardos y fuegos artificiales. Una norma adoptada en diciembre los prohíbe ahora en todo Pekín. Además la municipalidad ha endurecido la represión contra los vendedores, obligados a exilarse en las afueras.

Nostalgia

La transición ha sido brutal. «Hace aún dos años, se podían encender petardos, en ristras, un espectáculo excepcional», comenta Zhu. «Y cuando yo era niño ¡todo era mucho más divertido!», exclama.

En un barrio del centro, Dong Weiwei, un voluntario para vigilar su calle, monta guardia pese a un frío glacial: está encargado de advertir a los contraventores y eventualmente avisar a la policía.

Además de la contaminación está «la humareda que te impide respirar», explica Dong, que insiste sobre los peligros de estos productos pirotécnicos, a veces de mala calidad. «He visto a gente herida, una vez un niño de ocho años tuvo un dedo arrancado por la explosión de un petardo», alega.

Otro objetivo de las autoridades es evitar los numerosos accidentes que se producen durante estas festividades.

Zhang, un joven estudiante, se declara desgarrado entre su preocupación medioambiental y sus recuerdos de infancia, cuando observaba maravillado los fuegos artificiales lanzados desde el Estadio de los Trabajadores.

«Era magnífico, pero cada año había en Pekín incendios, y el suelo estaba sucio, lleno de petardos que habían explotado», afirma.

«Extraño todo esto, son recuerdos grabados en mi corazón, pero hay que ver la situación en su conjunto», filosofa el joven.

   Cielo azul

Los chinos tienen costumbre de tirar petardos en las grandes ocasiones, como las bodas. «Siempre los hacía estallar, pero los tiempos han cambiado (…) la calidad del aire es lo que más importa ahora para la gente», se resigna Wang, otro vecino.

El gobierno ha lanzado una amplia campaña para restringir la contaminación invernal, cerrando varias fábricas y prohibiendo la calefacción de carbón en numerosas regiones. Ahora le toca luchar contra la humareda y los residuos de las explosiones de petardos en el Año Nuevo.

Y lo ha conseguido: este viernes había un límpido cielo azul sobre Pekín.

En el Año nuevo de 2017, la ciudad registró una concentración de partículas finas (PM2,5), las más peligrosas, 26 veces superior al máximo recomendado por la Organización mundial de la salud (OMS).

La prohibición cuenta con la anuencia de Zhu Ye, una pequinesa de cierta edad: «lo que pasaba antes no me gustaba (…) con el ruido de los fuegos artificiales y de los petardos, ya no me atrevía a salir de casa».

Este año, la mujer aprovechó esta inusual calma para llevarse de paseo nocturno a su perro, Pequeño Tesoro.

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