La caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez no ocurrió de la noche a la mañana, tal como pontifica la historia escolar. El pueblo que vemos en las fotos celebrando eufórico en las calles tampoco tuvo un papel protagónico en el fin de la dictadura.
El largo camino que condujo al 23 de enero estuvo empedrado por muerte, persecución y exilio para los civiles y militares que se opusieron al régimen. Recordemos que en una primera etapa y hasta 1950, gran parte de la población celebró el golpe de Estado de 1948, producto de la situación de sectarismo y conflicto político que ocurrió durante el intenso periodo del Trienio Adeco.
El asesinato del Presidente de la Junta Militar Carlos Delgado Chalbaud en 1950 conmovió a la sociedad y dio cuenta del verdadero talante del régimen. A partir de ese momento Pérez Jiménez dueño absoluto del poder arreció la persecución contra los líderes políticos y sociales del país. Para 1953, con los asesinatos de Leonardo Ruiz Pineda y Antonio Pinto Salinas y la muerte en el presidio de Alberto Carnevali (sin que se le permitiera recibir atención médica), Acción Democrática, el principal partido del país, quedó totalmente diezmado.
En contrapartida, en el sector militar sobrevivió una parte de la corriente institucionalista que respaldó la democratización del país entre 1945 y 1948 y que fue combatida a sangre y fuego por el dictador.
No fue sino hasta 1957 cuando los partidos políticos con diferentes ideologías y formas de encarar la dictadura, así como sectores importantes de la sociedad civil como la Iglesia Católica, los empresarios y los estudiantes comenzaron a reorganizarse. Este esfuerzo se concretó con la creación de la Junta Patriótica por parte de URD y del PCV a la que luego se fueron sumando las diversas fuerzas políticas del país.
Después del fracaso de la intentona del 01 de enero, el 23 se impuso el golpe de Estado, pero gracias a la organización previa de la sociedad democrática y a la traumática experiencia del Trienio Adeco, Venezuela pudo concretar un proyecto democrático que sobrevivió 40 años gracias a la discusión y aprobación de acuerdos mínimos de funcionamiento del sistema político.
No fue fácil para el país recuperar la democracia en 1958 y, mucho menos, defenderla de las amenazas de subversión armada de izquierda y de golpes militares de derecha.
Garantizar la gobernabilidad democrática fue vital para la naciente democracia y esto se logró durante más o menos tres décadas, cuando la crisis del modelo de distribución de la renta petrolera comenzó a hacer aguas y con éste la democracia.
El 23 de enero no fue una épica popular. Fue un golpe militar que, posteriormente, gracias a los acuerdos alcanzados entre los militares y una oposición unificada, derivó en un proyecto democrático. Sin duda, los partidos políticos fueron clave para recuperar la democracia.
La experiencia histórica debe hacernos comprender que no existen soluciones mágicas ni salidas rápidas. La política no funciona así. Primero, hay que recuperar la legitimidad del proyecto democrático y esto pasa por recuperar la unidad de la oposición en cuanto a estrategias y objetivos. El liderazgo político debe recuperar su credibilidad, severamente dañada luego del periodo de protestas que sacudieron al país el año pasado.
Sin liderazgo político unificador y sin partidos políticos fuertes no es posible articular el cambio que demanda el país. El esfuerzo por reconstruir las instituciones debe comenzar por la propia oposición, porque son éstas las que van a sustentar el cambio. No es posible hacerlo sin ellas.
Las cosas solo van a empeorar si como sociedad nos quedamos en la épica, las frases vacías y el voluntarismo.