La oposición política venezolana ha experimentado durante todos estos años distintos formatos de alianza, pero ninguno tan perfecto y eficaz como la tarjeta de la Unidad, la cual materializó lo que había sido un clamor de un sector mayoritario del electorado que no milita en ningún partido específico sino en la idea de un cambio de modelo con el fin de rescatar la democracia.
Los resultados hablan por sí solos, basta comparar las votaciones del candidato presidencial Henrique Capriles en 2012 cuando participamos con varios partidos y luego en 2013 cuando fuimos con la tarjeta única, aumentando un millón de votos. Ni hablar de las parlamentarias de 2015 cuando la tarjeta de la MUD se convirtió en la más votada de la historia electoral de Venezuela consolidando una victoria apoteósica que nos dieron las dos terceras partes de la Asamblea Nacional. En esa oportunidad ir con una sola tarjeta que representaba a la oposición verdadera por igual, sirvió para contrarrestar la estrategia divisionista que perversamente ejecutó el gobierno a través de algunos partidos que previamente había secuestrado. No había “pele”, se votaba “abajo, a la izquierda, en la tarjeta de la manito”.
A partir de ese momento el régimen puso en marcha un plan, acosando judicialmente la tarjeta de la Unidad y ofreciendo a cambio como premio de consolación la validación de un puñito de partidos minoritarios. Recordemos que todos los partidos habíamos quedado ilegalizados por no participar en las dos elecciones previas en las que habíamos optado por la tarjeta única de la MUD. Ese fue el costo de la victoria parlamentaria y sin duda había valido la pena. ¿Qué tocaba ahora? Ratificar y defender ese gran instrumento electoral que garantizaba la unidad en su máxima expresión y representaba a la inmensa mayoría de los venezolanos. Pero los partidos que habían secuestrado la dirección política de la MUD no aguantaron la tentación de “legalizarse” ante el CNE con el argumento de que había que tener tarjetas disponibles en caso de que el Gobierno elimine la tarjeta de la Unidad. En mi humilde opinión, ese fue el comienzo de la debacle estratégica que hoy nos tiene acá. ¿No era la misma dictadura que podía eliminar la tarjeta de la Unidad la que al final iba a permitir la validación de los otros partidos? ¿Cómo se explica que las amenazas que tiene y tendrá la MUD como partido no apliquen a las tarjetas de las organizaciones que la componen? Habíamos tirado a pérdida nuestro mayor activo, cayendo de lleno en la agenda del Gobierno que comenzó a generar frutos en las recientes elecciones de alcaldes y gobernadores en las que reinó primero el enredo entre varias tarjetas para luego tocar fondo con partidos con candidaturas propias no unitarias. Un retroceso brutal en apenas dos años.
Pero el tiempo nos dio la razón, el régimen no tardó en arremeter contra los partidos recién legalizados, varios de los cuales ahora sí entienden la virtud de rescatar la tarjeta de la Unidad, que debe ser el instrumento de lucha electoral mientras dure la dictadura. Atrás quedó el simplismo de creer que la unidad democrática es divisible entre cuatro y al parecer comienza a entenderse que la nueva mayoría es independiente. Ojalá que la validación de la tarjeta de la Unidad sirva como rectificación de un camino estratégico que solo nos llevaba a la división y a la derrota y sea el comienzo de una nueva etapa de amplitud, coherencia y eficacia política. No en vano la gente clama por un outsider. Primarias y tarjeta única es la fórmula acertada para las actuales circunstancias. Invito a todos a validar su tarjeta, esa que representa el cambio que todos queremos, esa que derrotó a la dictadura en 2015, esa que es la verdadera unidad. Hagámoslo como acto de rebeldía contra la tiranía y a su vez como mensaje claro hacia algunos partidos. Que comience así la rebelión electoral de 2018.
Caso cerrado, el dictamen final lo tiene usted.
Dictamen – La tarjeta de la unidad
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