Bolívares por caridad en los autobuses de Bogotá

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«Mi nombre es Jorge Gutiérrez, señores, soy orgullosamente venezolano, señores, y el día de hoy les vengo a regalar un obsequio de mi país: una moneda que actualmente no tiene ningún valor».

Este hombre de 32 años repite enérgico la frase cada vez que se sube al transporte, decenas de veces durante ocho horas al día en Bogotá, y saca un fajo de bolívares, la moneda de Venezuela.

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Luego continúa: «en la mano tengo 2.400 bolívares. ¿Saben qué puedo comprar con eso? Absolutamente nada, señores, porque una libra de azúcar cuesta 80.000 o 90.000 bolívares… el salario de un venezolano es de 40.000 semanales».

Gutiérrez, como muchos venezolanos en los últimos meses, llegó a Colombia en busca de trabajo, pero fue imposible y terminó en el transporte público ofreciendo sus bolívares a cambio de alguna moneda para poder subsistir.

La cantidad de venezolanos en Colombia ha crecido de manera dramática en apenas seis meses: pasaron de 350.000 a más de 550.000 entre julio y diciembre, según datos oficiales.

Las autoridades colombianas, y también la ONU, no ocultan su inquietud ante la saturación de los servicios públicos, de por sí insuficientes. El Ministerio de Salud ha instalado una campaña de vacunación en la frontera para evitar eventuales plagas ante la escasez de medicamentos en Venezuela y ha atendido diez veces más ciudadanos de ese país en 2017 de los que recibió en 2015.

El número de venezolanos que emigran a otros países se ha incrementado en los últimos años en medio de la peor crisis económica, con una inflación de tres dígitos y escasez de alimentos que ha dejado a muchos en la pobreza.

Gutiérrez viajó en octubre con su esposa y su hija más pequeña, de un año y nueve meses, pero ellas regresaron cuando vieron que tampoco en Bogotá tenían perspectivas.

El primer tropezón para Gutiérrez fue en Cúcuta, la principal ciudad fronteriza del lado colombiano, donde esperaba ganar algo de dinero para llegar a Bogotá. Pero con la tasa de cambio oficial, por dos millones de bolívares -que llenaban un morral- apenas le ofrecieron 60.000 pesos (unos 20 dólares), y decidió quedarse con su dinero.

Una vez en Bogotá, como no encontró un empleo, empezó a darlos en el transporte público a cambio de la caridad. Y para su sorpresa, por unos cuantos billetes que daba cada día ganaba los mismos 60.000 pesos que le ofrecieron en la frontera por los dos millones. Lo que obtiene es suficiente para vivir y mandar de vuelta a Venezuela el sustento para su familia.

En 2010, había poco más de 100.000 extranjeros en Colombia. Hoy, solo los venezolanos son más de medio millón, aunque apenas unos 200.000 tienen su situación regularizada, según los últimos cálculos de las autoridades migratorias, pese a que flexibilizaron el acceso a los permisos de residencia. Entre agosto y octubre, las autoridades impulsaron una campaña con la que regularizaron a unas 70.000 familias con requisitos mínimos, como tener el pasaporte sellado con la fecha de entrada al país o no tener antecedentes penales.

Los autobuses de Bogotá se han convertido para muchos en la primera parada donde pueden hacer algo de dinero: además de los bolívares, algunos venezolanos también venden arepas, la comida típica de su país, o dulces entre los pasajeros, muchos de ellos trabajadores que ganan un salario mínimo de unos 200 dólares.

La agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) dice que sólo en 2017 unos 200.000 venezolanos pasaron por Colombia para salir hacia otros países, una opción que aumenta ya que la frontera terrestre es el paso más económico.

Las solicitudes de asilo de venezolanos en el mundo han pasado de casi 4.000 en 2014 a más de 100.000 en 2017, según ACNUR, que empieza a destacar las dificultades que tiene Colombia para integrar a los extranjeros en los sistemas de salud, educación o vivienda. El país tiene poca experiencia en recibir extranjeros tras décadas de conflicto armado que empujaron a muchos a emigrar.

«Es todo un reto», dijo a The Associated Press Jozef Merkx, representante en Colombia de ese organismo de Naciones Unidas, que teme a corto plazo por la deterioración de la seguridad en la zona fronteriza y acaba de lanzar una campaña para contener la xenofobia. «Si ya la población colombiana tiene dificultades para acceder a los servicios básicos, con una población adicional de 600.000 personas es muy difícil».

Julio Sáez Beltrán, asesor del Ministerio de Salud de Colombia, admitió a la AP que «ningún país está preparado para atender fenómenos emergentes de esta magnitud». Aseguró que el gobierno reforzó la financiación de clínicas y hospitales para que puedan atender por urgencias a los venezolanos que no están inscritos en el sistema por estar de forma irregular.

Con una frontera compartida de más de 2.000 kilómetros, las autoridades han facilitado los permisos de residencia para los venezolanos. Otros países de la región, como Perú, también han flexibilizado los requisitos para los ciudadanos de ese país. Argentina y Uruguay, por su lado, les mantuvieron los beneficios migratorios pese a la suspensión de Venezuela de Mercosur.

La familia de Noé Bustillos, de 24 años, llegó hace cinco meses con su esposo y su bebé, sin pasaporte porque los trámites en Venezuela se le hicieron muy lentos. Desde una parada del autobús en Bogotá, esta licenciada en Educación Infantil, dice que un día no tuvieron más opción que salir con lo puesto. Ahora espera a que llegue su esposo, que lleva horas vendiendo galletas con la niña en brazos. Ella le tomará el relevo hasta última hora de la tarde, mientras él se va a otro trabajo: repartir a domicilio para un restaurante.

«Yo siempre les digo que venezolanos hay en todo el mundo y que los que salimos del país somos gente guerrera que no se conforma con comer una vez al día», dice Bustillos.
Ella y su esposo también dieron bolívares a cambio de caridad en el transporte, pero se les agotaron en cuatro días. Su esperanza es abrir pronto un restaurante en Bogotá.

Jorge Gutiérrez, espera poder llegar pronto a la ciudad de Valencia, a unas dos horas al este de Caracas, para ver a sus hijas.

Dice que tiene que regresar a Venezuela en cuestión de días por motivos legales. Después, asegura, volverá a salir.

«El año que viene me toca migrar para otro país porque aquí en Colombia también se está poniendo la situación difícil», comenta. «Tal vez hacia Perú o Ecuador… acá ya hay demasiado venezolano».

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