El ánimo es una sustancia maleable. Al menos así quisiéramos que fuese, como una porción de barro o plastilina que pudiésemos moldear, según las circunstancias o la angustia del momento. A conciencia, en ocasiones el ánimo es más una decisión que un azar. Pero ni es asunto fácil, ni extendido a todo el mundo.
Sin riesgo de exagerar, acabamos de pasar el fin de año más difícil que el país recuerde. Un “hastag” de esos que navegan en Twitter así lo reflejaba: #UnDiciembreQuePareceEnero. La tristeza, las carencias, las ausencias variadas y diversas, y el agrietamiento de las expectativas por un cambio no concretado y por la incertidumbre del nuevo año, llevó a muchos a desear que Diciembre pasara rápido, y que Enero se instalara raudo en el calendario.
En medio del derrumbe institucional, del caos y debilitamiento de cualquier autoridad, norma o liderazgo, reina la incredulidad y anomia, y la política ha perdido su significado y eficacia como mecanismo creador de consensos mínimos y gobernabilidad. La violencia de un régimen militar y la represión de cualquier disidencia, definen el actual momento. El hambre, el incumplimiento de promesas electorales que anunciaban comida por votos, han encendido algunos focos de protestas de aquellos que, reafirman su apoyo al gobierno de Maduro, pero reclaman la ración alimenticia prometida y no entregada. El pernil, ha devenido inefable símbolo de nuestra crisis, extravío y múltiples contradicciones, con un navideño sabor a mentira. Cochino clientelismo.
Por otra parte, una nueva realidad se ha instalado en Venezuela, resultado de la infinita eficiencia de la “revolución” para la devastación y el deterioro: La hiperinflación. Mientras el FMI estima una inflación promedio para América Latina y el Caribe al cierre de 2017 en 4,2%, según leo en Prodavinci, analistas calculan la de nuestro país superior al 2000% para el año que acabamos de despedir.
En este cuadro de caos y conmoción económica y social, el cinismo y delirio de la élite en el poder se cuela en la pretensión de perpetuar su presencia y control político, y diseñar una oposición a su medida, mientras actores y partidos de oposición, o que se autodefinen de tal manera, se dedican unos a acusarse, o a callar ante cada arremetida de la arbitrariedad hecha gobierno, otros a deshojar margaritas de primarias presidenciales, y otros a defender su participación en la negociación en República Dominicana.
Lo preocupante, sin duda, es que no se percibe con claridad en buena parte de quienes ocupan posiciones de liderazgo de cualquier tipo en el país, una lectura adecuada, profunda y urgente del agravamiento de los niveles de hambre, de empobrecimiento y desesperación de millones de venezolanos cada día, ni de la parálisis y cierre de empresas e industrias que intentan seguir operando.
Todo sistema en crisis, luego de un colapso, genera sus propios mecanismos para superarla y reconfigurarse. Sin embargo, el escenario económico y social de Venezuela es a estas horas altamente complejo, volátil y explosivo. Ojalá este pueda entenderse y asimilarse, por quienes pueden contribuir a impulsar un cambio en el cuadro actual del país. Es un clamor colectivo.
En todo caso, el 2018 está ya instalado y dando sus primeros pasos. Frente a él y a sus retos, algo está claro. Trabajo, estudio, constancia y fortaleza anímica y espiritual para seguir adelante. Retrocedamos… pero para agarrar impulso.
@alexeiguerra