El jugador más esencial dentro del «proceso» que condujo a los Astros de Houston a su primer campeonato de la Serie Mundial fue uno que rechazaron.
¿Un contrasentido? En el caso de José Altuve, nada más fue el inicio de una carrera que esta temporada encumbró al venezolano a lo más alto posible, pese a ser el pelotero más diminuto de las mayores, con sus 1,68 metros de altura (5,6 pies).
Aparte del anillo de campeón de las Grandes Ligas, Altuve ganó el premio al Jugador Más Valioso de la Liga Americana y conquistó su tercer título de bateo.
«Nadie creyó que iba a llegar tan lejos», reconoció el gerente de los Astros Jeff Luhnow.
Ha transcurrido más de una década desde que el segunda base firmó con la organización. Con 16 años, Altuve fue invitado a una prueba en la academia de los Astros en Venezuela. Su diminuta estatura conspiró en su contra y no recibió la notificación para que volviera.
Obstinado como lo hace en sus turnos al bate, Altuve fue al día siguiente y los Astros decidieron que se quedara.
«Fue algo que yo y mi papá (Carlos) decidimos en ese momento: ‘Tenemos que ir otra vez, tenemos que intentarlo otra vez'», recordó.
Altuve debutó en las mayores a mediados de la campaña de 2011, la primera de tres consecutivas en la que Houston perdió 100 juegos. La organización estaba abocada en un desmantelamiento total para armar un equipo triunfador. Querían selecciones altas en el draft amateur y fue lo que consiguieron en tres años sucesivos a partir de los 4,8 millones de dólares que soltaron en el bono por el torpedero Carlos Correa en 2012.
La frase «confíen en el proceso» es una que también se puso en boga en la NBA, luego que los 76ers de Filadelfia decidieron seguir el ejemplo de Houston, sin importar los malos resultados y las gradas vacías.
Pero los Astros no hubieran festejado su título sin Altuve, el jugador que despreciaron en su primer encuentro.
En un contraste desigual a las millonarias firmas de Correa, George Springer y Alex Bregman, la inversión por Altuve fue de unos exiguos 15.000 dólares.
«Hubiera firmado gratis. Lo único que quería era que me dieran un contrato para poder jugar», contó Altuve.
Llevarlo a Estados Unidos precisó de una ardua tarea de convencimiento en la que intermedió Al Pedrique, actualmente coach de los Atléticos de Oakland y entonces un asistencia de la gerencia de los Astros.
«Cuando se pasó el reporte, hubo duda», contó Pedrique. «Yo insistía que en la fuerza y el mejoramiento de su bateo, pero no se le consideraba por la estatura. Pedí bastante que le diera la oportunidad y gracias a Dios me escucharon».
El resto es historia.
Correa no tardó en hacerse amigo de Altuve, el puertorriqueño y el venezolano entrando en sintonía inmediata para el raudo resurgir de los Astros que culminó con la victoria sobre los Dodgers de Los Ángeles en una Serie Mundial que se definió en siete partidos.
«Desde el primer día que nos conocimos no parábamos de hablar de jugar juntos, de darle a ese primer título a la ciudad», dijo Correa. «Verlo cómo hacía su trabajo me ayudó a crecer como pelotero. Ahora, si te pones a ver hacia atrás, no lo puedes creer. De esos años de 100 derrotas a estar hablando de ser campeones, de ser los peores a ser los mejores».
Un desenlace y campeón ideal para el béisbol, aunque sus problemas persisten. Esos juegos que duran una eternidad y una franquicia a la deriva en Miami. Pero el deporte vibra más con la escalada de jonrones y la aparición de jóvenes figuras, como Correa y Aaron Judge. Y Altuve, el pequeño segunda base que nunca se rindió.