Sin rencor

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Dentro de muy pocos días, para quienes somos cristianos, se renueva el misterio de la Navidad. Nace el Niño que trae la salvación al mundo; viene a llenarnos de alegría y paz. En esa Noche Santa se cumple la promesa divina: la Virgen María da a luz al Mesías quien es Dios mismo que se hizo carne y se nos presentó como un niño para que pudiéramos amarlo, estrecharlo en nuestros brazos y cuidar de Él, así como María y José lo estrecharon, en Belén, aquella primera noche de Navidad.

Los días navideños siempre han sido de paz, reflexión y reconciliación pero sobre todo de alegría para la mayoría de las familias, quienes se reúnen para reafirmar los lazos familiares y celebrar la llegada del mesías. Sin embargo, en nuestro país, en estas navidades, el ambiente no será de fiesta como en otras oportunidades. La situación económica es tan terrible que muy pocos padres podrán comprar los tradicionales estrenos y jugueticos navideños para sus hijos.

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Estas tristes circunstancias navideñas me hacen recordar lo que eran mis navidades infantiles: mi padre un pobre jornalero que solo ganaba 42 bolívares semanales, con los cuales apenas podíamos mal comer. Mi madre, un ama de casa analfabeta que contribuía con la economía familiar, trabajando con una pequeña máquina de coser Singer. Ella cortaba y cosía vestidos sencillos para mujeres y cobraba 5 bolívares, por cada uno. Con ese dinero nos compraba los cuadernos y las alpargatas para ir a la escuela ¿Zapatos? No, ese era un lujo que solo conocí a los 14 años.

A la sazón, tendría yo como 5 años cuando le pregunté a mi madre ¿Mamá usted cree que algún día yo pueda tener un juguetico navideño? Ante la pregunta, unas tristes lágrimas surcaron su rostro curtido por el sol, se las enjugó con el dorso de la mano, fue al cuarto y rebuscó en la vieja cartera que solo usaba cuando iba al pueblo, de allí extrajo una moneda de plata de 1 bolívar, me la entregó diciéndome: ¡Trate de comprar algo con esta platica!. Lamentablemente, el juguete más barato que tenían en la pulpería, un avioncito, costaba 3 bolívares y yo no los reunía. Esa fue la ocasión en que más cerca estuve de tener un presente navideño.

Muchas personas piensan que cuando yo hablo de estas cosas, lo hago para suscitar compasión. Déjenme contarles que en mi caso, nada más lejos de la realidad. Lo hago, en primer lugar porque me siento profundamente orgulloso de mi humilde origen. En segundo lugar porque agradezco a la vida cada uno de los obstáculos que me pone en el camino, ya que, eso me permite empinarme por encima de mis debilidades. En tercer lugar porque es agradable demostrar que se puede proceder de un origen humilde, sin llegar a pensar que lo que a ti te falta, es porque alguien te lo robó, cosa que en el caso de mi familia pudiera ser justificable, debido a que a mi padre le estafaron su herencia cuando era un niño.

A pesar de las circunstancias adversas por las que atraviesa nuestro país en estos momentos, yo aspiro que el anuncio de la Navidad aliente a cuantos se esfuerzan por aliviar la situación penosa que vivimos los venezolanos y que nos lleve a transitar nuevamente por los caminos de la fe, en compañía de todos nuestros hermanos, sin distinción de ideologías partidistas o religiosas. Que nos enseñe a vivir como Jesús nos demostró: con bondad, compasión y con una amable comprensión para con todos. La misión que comenzó en la Navidad de Belén de Judá continúa en mí y en cada uno de quienes leen este artículo. ¡Ojalá que todos podamos tener una feliz navidad, es mi más ferviente deseo!

Coordinador Nacional de IPP-GENTE
@alvareznv

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