Los resultados del pasado 10 de diciembre no tomaron por sorpresa a nadie. No obstante, las razones por las cuales el oficialismo arrasó en todo el país en las elecciones de gobernadores y alcaldes son de carácter multifactorial, por lo que trataremos de analizar las más importantes.
En primer lugar, la estructura institucional del Estado se encuentra al servicio del partido de gobierno y esto facilita el control sobre los ciudadanos. La relación clientelar perfeccionada a través del carnet de la patria ha demostrado tener un peso importante al momento de ejercer el voto. Progresivamente los sectores más desfavorecidos dependen más del Estado para cubrir o al menos tratar de cubrir las necesidades básicas como la alimentación y la salud.
Revisar el caso de la Nicaragua de Daniel Ortega puede resultar útil para analizar el vínculo del voto con la relación clientelar. En este país las ayudas sociales tienen un sesgo político y son coordinadas directamente por la esposa del Presidente. Esto permite la partidización y el control político de los ciudadanos.
En segundo lugar está la destrucción del valor del voto como instrumento de cambio que hasta el año pasado era una de las mayores fortalezas de nuestra cultura política. La sombra de duda que pesa sobre los resultados electorales a partir de la votación para la Asamblea Nacional Constituyente dinamitó la confianza y credibilidad hacia el sistema y las autoridades electorales.
De manera que atribuirle la elevada abstención al carácter local de la elección como acostumbramos los politólogos constituye en este momento un análisis inexacto.
En tercer lugar y no menos grave, se encuentra la crisis de liderazgo y de organización que afecta a la oposición. El llamado a la abstención o a la participación debe estar enmarcado en el despliegue de toda una estrategia política. El oficialismo muta y se adapta a la circunstancia cada vez que percibe una amenaza a su hegemonía. Por el contrario, la oposición sigue anclada en la forma tradicional de hacer política válida para un contexto de estabilidad democrática, pero no para la situación actual.
El fracaso ha sido colectivo y como es natural nadie lo quiere asumir. El asunto es que no hacer mea culpa y tratar de entender los errores cometidos retrasa aún más la búsqueda de la solución.
El electorado opositor sigue siendo mayoría, pero se encuentra desesperanzado y decepcionado. Un electorado huérfano de liderazgo puede dejar de luchar o abrazarse a la causa de un líder populista que surja de la nada como ya ocurrió en el pasado reciente.
La unidad tal y como la conocimos en los últimos cinco años desapareció, pero el resultado de la elección municipal reflejó también que quienes ofertaron candidatos montando tienda aparte a la unidad como Avanzada Progresista y Un Nuevo Tiempo fracasaron en su intento de convertirse en la tercera vía.
Es previsible que, dado el alto grado de sofisticación alcanzado por el aparato de control político del gobierno, se adelante las elecciones presidenciales. La oposición está en una carrera contra el reloj para restituir la confianza de sus electores y de los independientes. Resulta urgente la reorganización de los partidos políticos y de la sociedad civil para escoger a un candidato unitario a través de primarias y diseñar una estrategia que permita crear un movimiento social y no sólo electoral de alcance nacional que haga posible el cambio de gobierno en 2018.
El 2017 fue el año en el que la oposición se dividió y dilapidó su capital político. El panorama de 2018 luce complicado. Sin coherencia ni unidad la posibilidad de una transición política en Venezuela se aleja cada vez más. Parece que un sector importante de la oposición aún no lo comprende.
Así las cosas y contra todo pronóstico, Maduro tendría asegurada su reelección en 2018. Este escenario, por supuesto, no es definitivo. Dependerá de las fuerzas democráticas del país que 2018 sea recordado como el año en que Venezuela logró el cambio político.
Les deseo a todos mis lectores una feliz Navidad y un 2018 en el que prevalezca la paz, la solidaridad y la reconciliación. Nos vemos el año entrante, Dios mediante.