San Juan Bautista es uno de los principales personajes bíblicos de este tiempo antes de la Navidad, que llamamos Adviento. Él ya había sido anunciado en el Antiguo Testamento como “una voz que clama en el desierto” y que diría: “Preparen el camino del señor… Rellénense todas las quebradas y barrancos, aplánense todos los cerros y colinas; los caminos torcidos con curvas serán enderezados y los ásperos serán suavizados” (Is. 40, 1-5). ¿Qué significará todo esto?
Porque… efectivamente, de repente apareció en el desierto San Juan Bautista como un mensajero que preparaba el camino a Jesús, predicando “un bautismo de arrepentimiento, para el perdón de los pecados” (Mc. 1, 1-8).
Quiere decir, entonces, que para recibir al Señor hay que arrepentirse y así obtener el perdón de los pecados. Además hay que “preparar el camino”. Y lo que anunció el Profeta Isaías al respecto es toda una obra de ingeniería espiritual.
Hay que ¿“aplanar cerros y colinas”? Y ¿cómo será eso? Se trata de rebajar las alturas de nuestro orgullo, nuestra soberbia, nuestra altivez, nuestro engreimiento, nuestra autosuficiencia, nuestra arrogancia, nuestra ira, nuestra impaciencia, nuestra violencia, etc. Todas ésas son “alturas”, pero no alturas buenas. Por eso hay que aplanarlas y rebajarlas.
Pero también hay que “rellenar quebradas y barrancos”. Esas no son alturas, sino “bajuras” (y sí existe la palabra, por cierto). Hay que rellenar las bajuras y bajezas de nuestro egoísmo, de nuestra envidia, nuestras rivalidades, odios, venganzas, retaliaciones. Todas ésas son bajezas… y son pecados que dificultan el que podamos vivir en armonía unos con otros. Son bajuras que impiden la realización de ese Reino de Paz y Justicia que Jesúsha venido a traernos.
También nos habla de corregir el diseño del camino: “enderezar los caminos torcidos y con curvas”. Cambio de rumbo, pues. Rectificar el camino si vamos por caminos torcidos y equivocados, que no nos llevan a Dios. Porque… ¿a dónde queremos ir? ¿Hacia dónde estamos dirigiéndonos? ¿Estamos preparándonos para que el Señor nos encuentre “en paz con El, sin mancha, ni reproche”? (2 Pe. 3, 8-14).
Hay que pensar bien, porque tenemos por delante toda una obra de ingeniería espiritual de altura, de profundidad y de anchura. Aplanar, rellenar y enderezar, para que quede todo parejo, alineado, derecho. Enfocado todo hacia Dios. De eso se trata la preparación.
Se nos está llamando a la conversión, al cambio de vida, a enderezar el camino, rebajar las montañas y rellenar las bajezas de nuestros pecados, defectos, vicios, malas costumbres, faltas de virtud. Todo lo malo hay que corregirlo.
Ahora bien, Jesús fue anunciado en el Antiguo Testamento. Y ya vino. Vino hace unos 2.000 años. Pero también está anunciada otra venida. Esa es al final del tiempo. No la podemos evitar. Y puede venir en cualquier momento “como los ladrones” –nos lo dice el Señor y nos lo recuerda San Pedro (2 Pe 3, 8-14).
Pero el final del tiempo nos viene también a cada uno el día de nuestra muerte, que puede sorprendernos igualmente como los ladrones, en cualquier momento. Y… ¿estamos preparados?
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