Hace un par de meses, a César Miguel Rondón le impidieron salir del país. El argumento: que su pasaporte estaba denunciado por perdido. Curiosa razón porque el pasaporte “perdido” era justamente el que él estaba presentando. La razón real: impedirle hablar de la situación venezolana en el exterior. Así pasó con Henrique Capriles. A Luis Florido le anularon el pasaporte, pero logró cruzar a pie la frontera con Colombia para reunirse con Almagro en la OEA. Lilian Tintori está en la misma situación. Recientemente se fugó Antonio Ledezma y otros le seguirán. Son miles los venezolanos que quieren salir legalmente del país, pero pueden pasar años antes de obtenerlos, lo que los obliga a intentar salir de manera ilegal o a aceptar el país por cárcel.
Los países utilizan el pasaporte para sus políticas de migración, para facilitar o dificultar el desplazamiento de poblaciones y grupos particulares. En Cuba, hasta no hace mucho, era muy difícil salir. Por esas dificultades se multiplicaron los balseros y los matrimonios de conveniencia con turistas que visitaban la isla para irse con sus nuevos cónyuges. También se aprovechaba ser parte de alguna delegación cultural o deportiva para no regresar. En Cuba, los trámites para un pasaporte son lentos, costosos y misteriosos, pues el cubano nunca se entera del por qué le niegan el documento. Además, es obvio que querer irse es una manera rotunda y clara de decir: “No quiero vivir bajo este régimen que es un desastre y voy a buscar la libertad y las oportunidades que hay afuera”. La sola solicitud de un pasaporte podía significar la pérdida del empleo, la expulsión del partido, de la universidad, la pérdida de acceso a servicios sociales y ostracismo social y político.
Huir de un país opresor es un imperativo: hace unos días ametrallaron a un soldado de Corea del Norte que logró escapar pero está en recuperación. Oleadas de africanos del norte se lanzan al mar en frágiles pateras esperando ser rescatados y ser aceptados en Europa. Durante años las autoridades de Berlín oriental ametrallaban a los que intentaban saltar el muro, otros intentaban atravesar la fronteras por sitios remotos y algunos lo lograron a pesar de las minas y las heladas.Hasta hubo una familia que logró huir utilizando un globo aerostático de fabricación casera.
En todos los países del bloque socialista, para ir de una región a otra dentro del mismo país había que pedir permiso a la autoridad local. Esta práctica se sigue ejerciendo en Cuba y lo hacen para frenar la migración de las zonas rurales pobres a las zonas urbanizadas de parte de quienes buscan mejores oportunidades para vivir.
Es obvio que nuestras fronteras son muy porosas. Durante muchos años la frontera entre Venezuela y Colombia era una puerta franca, pero en los últimos años empezaron a cerrarla Sin embargo, sigue siendo permeable. Algunos de los que la cruzan son contrabandistas, guerrilleros y personas perseguidas políticamente, pero, durante años, la inmensa mayoría de los que la cruzaban eran ciudadanos que vivían y trabajaban entre un lado y otro. Ahora, muchos de los que emigran, legalmente o no, son personas en precaria situación económica que buscan mejores empleos y enfermos que necesitan medicinas. En todo caso, a los migrantes los mueve la esperanza de una vida mejor.
Migrar sin pasaporte, sin dinero y sin certificados de estudios relevantes, convierten al migrante en un ilegal deportable, en un marginal social y laboral. Son muchos los que al emigrar en esas condiciones se convierten en refugiados que dependen de instituciones de ayuda, públicas o privadas. Afortunadamente,son muchos más los que, tras algunas dificultades, se establecen y comienzan una carrera de éxitos.
Qué desgracia de país y de gobierno incapaz de garantizarle a sus ciudadanos sus derechos básicos y que hoy se muestran muy menguados: salud, alimentación, educación y libertad en todos sus sentidos.